Sindéresis

Inservibles

O juzgamos a los autores por los valores modernos, sin tener en cuenta el contexto en que se criaron, o no lo hacemos.

Publicado: 02/09/2019 ·
15:17
· Actualizado: 02/09/2019 · 15:20
Publicidad Ai Publicidad Ai
Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

Del propio autor:

VISITAR BLOG

Todos sabemos que un jarrón pesado y de buena factura, una sartén o un cenicero pueden servir para noquear a un intruso, pero no están fabricados para ello. No te puede detener la policía por llevar un jarrón en la vía pública ni se puede demandar al fabricante si dicho modelo de jarrón ha fallado ocho de cada diez veces como arma contundente. Los podrás juzgar si pierden agua, sin dañan a la planta, si no son buenos jarrones. Podrás juzgar al fabricante en función a estas premisas.

 Algo parecido pasa con la literatura. Podemos estar de acuerdo en que las fábulas y los cuentos infantiles poseen una intención aleccionadora, aunque es probable que el mensaje que transmiten no sea adaptable a cualquier época, ya que distintas culturas implican distintos valores, y si en los tiempos que corren estamos poniendo el acento sobre que la culpa la tiene el lobo, no parece recomendable explicar que Caperucita nunca debió andar sola por el bosque. Pero incluso aunque sus valores fuesen universales y útiles en el tiempo (no se me ocurre mejor alegato contra el buylling que El patito feo), estaremos de acuerdo en que los libros infantiles no son libros de adultos, ni tampoco las tijeras para el colegio o los triciclos. Quizás estamos errando en resaltar la importancia del mensaje que traslada una obra según la intención del autor. Algo parecido sucede con la ropa. Si constantemente ponemos el foco en si alguien lleva una pulserita con una bandera, las patillas largas, un polito o unos tacones, luego va a ser tarde para exigir que no nos juzguen por nuestro aspecto. Y una vez que metemos la componente intencional e ideológica de una novela en nuestro propio beneficio, no vamos a poder conseguir que esa puerta se cierre cuando nos convenga. O la literatura se toca o no se toca. O juzgamos a los autores por los valores modernos, sin tener en cuenta el contexto en que se criaron, o no lo hacemos.

 Si no es suficientemente respetable el concepto marcado antes de «la literatura no se toca», si no provoca el suficiente consenso en el bando progresista, si hace falta, aunque me joda, acudir a ejemplos concretos para que entiendan el peligro de juzgar a los fabricantes de jarrones por la capacidad armamentística de sus obras, vayamos a ello. ¿Es imposible imaginar que dentro de veinte años el veganismo sea una corriente lo bastante hegemónica como para que marque como indeseables las obras en las que sus personajes no solo comen carne, sino que montan a caballo o adiestran aves y perros, y llevan ropa de cuero o de lana? Si admitimos sin ninguna resistencia la utilidad de la literatura como transmisión de valores concretos y actuales, ¿lo haremos también con la pintura? En ese caso, ¿qué mensaje traslada Saturno devorando a sus hijos? ¿Y qué hacemos con las obras que traten sobre la redención o la culpa? ¿Qué hacemos con la película Teniente Corrupto, en la que un villano de libro acaba convirtiéndose en héroe? ¿Para qué sirve una novela? ¿Debe servir para algo?

 ¿A qué tipo de interrogatorio someteremos a los autores para que confiesen intenciones que habitualmente son pulsiones subterráneas? ¿Qué queda del arte si no se mancha con la incómoda dualidad humana? ¿Cómo será la distopía, que comienza a dibujarse, en la que el comité de turno decide qué autores fueron personas incorrectas y, por tanto, sus obras deben considerarse defectuosas?

 Mejor: ¿en qué bando estaréis cuando eso suceda? ¿En qué bando estáis?

Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN