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Sables

La deliciosa expresión ruido de sables pervive desde el siglo XIX, como referencia al runrún alterado de nuestros queridos coroneles y generales, funcionarios

Publicado: 24/03/2019 ·
22:42
· Actualizado: 24/03/2019 · 22:42
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Autor

Jorge Molina

Jorge Molina es periodista, escritor y guionista. Dirige el programa de radio sobre fútbol y cultura Pase de Página

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Una mirada a la fuerza sarcástica sobre lo que cualquier día ofrece Sevilla en las calles, es decir, en su alma

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La deliciosa expresión ruido de sables pervive desde el siglo XIX, como referencia al runrún alterado de nuestros queridos coroneles y generales, funcionarios que, como nos muestra la historia, de tanto en cuando sienten un llamado en su interior, una voz que les recuerda que son los elegidos para evitar que La Patria se vaya al garete. Durante los escasísimos periodos democráticos españoles, La Patria ha debido más bien cuidarse que otra cosa del generalato, gente proclive al comportamiento bragado y racial, directo, nada de milongas, nada de contemporizar: al ataque, vamos, que son pocos y cobardes.

Muchísimo hemos ganado, porque ahora se presentan a las elecciones, en la proporción normal ideológica de tan selecto cuerpo: Podemos cuenta con uno, y los Neofachas con, de momento, tres. Yo entiendo a los generales al ibérico modo, de verdad. Durante decenios tuvieron casa, universidad, tren y autobús, y hasta hospitales reservados para ellos; todo al imbatible coste de cero euros. Así, cualquiera añora los tiempos pasados. Hasta yo tendría la tentación, dado mi actual status económico (aquí emoticono apropiado para indicar sarcasmo).

Más preocupante resulta que ese ansia de prietas las filas y formación de a dos, ¡ar!, haya impregnado también a los generales civiles, nuestros queridos padres de la patria del ámbito político.

En su caso, más que ruido de sables, podríamos hablar de ruido de tablets, síntoma claro de que están decapitando a los que dudan de su inefable y clarividente liderato.

A derecha e izquierda, los jóvenes aspirantes a la gloria en Moncloa se han desecho, sin necesidad de entrar a caballo en ninguna parte, de los fieles que osaron discrepar y, aún peor, manifestarlo públicamente.

Igual es otro síntoma de los tiempos impregnados del aroma químico de las gónadas masculinas que vivimos, sobresaltados de continuo por nuevas ocurrencias testiculínicas, ya sean vinculadas a bebés, a posesión de armas, o a rescates marinos de inmigrantes.

Los civiles miramos atónitos el tiroteo, del que pronto formarán parte algunos generales con corbata verde oliva y pin en la solapa de esos que dicen mucho. Por fortuna, se subirán al atril de oradores, y no al capó de un vehículo de camuflaje.

Mientras, los aspirantes a presidentes nos muestran que, y permitan otro guiño al siglo que murió, son malos tiempos para la lírica. Pero hay que entender también a los generales civiles: apuesto a que jugaron mucho a vídeojuegos de guerra.

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