La Pasión no acaba

Palabra de Mudo

Su silencioso mote le convirtió en mito antes de tiempo. Y no, el secreto de su relevancia no estaba en las conversaciones privadas que mantuvo Paco...

Publicado: 11/12/2019 ·
22:48
· Actualizado: 11/12/2019 · 22:48
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  • Francisco Rodríguez, el Mudo de Triana. -
Autor

Víctor García-Rayo

El periodista Víctor García-Rayo es el presentador y director del programa La Pasión de 7TV Andalucía

La Pasión no acaba

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Su silencioso mote le convirtió en mito antes de tiempo. Y no, el secreto de su relevancia no estaba en las conversaciones privadas que mantuvo Paco -y revive ahora en el cielo- con el Altísimo a través del espíritu y de sus ojos profundos, calladamente. Paco no fue importante por lo que silenció, ni siquiera por todo lo que entregó de su vida, en cuerpo y en alma a la Real Parroquia trianera. No, el mérito de Paco no fue llamar a los pasos, ayudar a misa, presumir de levantar la Cruz Parroquial, ejercer de monaguillo, barrer y limpiar, abrir y cerrar, soñar, pedir, guardar, trabajar y entregarse. No. Él hablaba con Dios a la vista de todos como lo hacen las personas que no pueden comunicarse normalmente con nuestro vocabulario. No era distinto en eso, ni especial, ni Dios le entendía mejor que al resto de personas mudas, sordomudas o con dificultades en el habla. Todo nuestro imaginario es hermoso, eso sí, roza la leyenda y prende la ilusión del misterio de la historia de una ciudad, la nuestra, que vive a menudo de unas ensoñaciones que la hacen, si se quiere, más hermosa todavía. Pero Francisco Rodríguez, criado entre los muros de Santa Ana, no era distinto por eso, ni se llevaba con el Señor mejor que el resto de los trianeros. El “mudo de Santa Ana” era distinto porque jamás se manchó las manos de falsedad. Nunca.


No debemos fabricar un personaje literario de un hombre que, sin decirlo, lo hablaba todo a la cara. Lo más importante de Francisco Rodríguez fue su firmeza natural para rehusar de la ojana de Triana; que siempre vino de frente, que eludió por derecho hablar a tu espalda. Lo que tenía que decir, a su manera, te lo largaba a la cara, en toda la cara. El único puñal que entendía el “mudo de Santa Ana” era el que atravesaba el pecho de la Esperanza, una daga que a Paco le daba bocados en el alma cuando asistía, silenciosamente, a las diatribas mundanas de una ciudad que cada mañana descorre la cortina para dar cabida a todo tipo de envidias, apuñalamientos por la espalda, soponcios por el éxito del otro, fuga de bilis por los triunfos del prójimo y disgustos varios porque todos creemos que lo haríamos mejor que éste o aquel Hermano Mayor, éste o aquel músico, éste o aquel prioste, éste o aquel periodista. Todo, menos mirarnos al espejo y admitir que no todo el mundo tiene los arrestos del mudo, incapaz de apuñalar a nadie.


Paco se miraba al espejo, sabía que era mudo pero se vestía por los pies. Lo que no le gustaba… pum… por delante y a ti el primero. También te abrazaba el primero en el elogio, claro. Por eso hay que recordar a Paco, por hombre, no por mudo. Por valiente. Por capaz. Por honrado. Y porque revestido para echar incienso o vestido de calle era incapaz de darle alimento a la ojana. Ya lo creo que hablaba clarito siendo el “mudo de Santa Ana”.

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