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El Loco de la salina

40 años después

Quede aquí esta breve reseña de un acto en el que volvimos a encontrarnos los que hace cuarenta años llegábamos a la Salle.

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Amaneció ayer un día radiante de pleno verano. Tenía una cita y no quise faltar. Me dirigí al 44 sin saber lo que me iba a encontrar. La gente llenaba la terraza de fuera y las conversaciones volaban entre el humo de los cafés y los churros. Me senté en una mesa que milagrosamente quedó libre y pedí un descafeinado de máquina con leche.

Observé que había cerca un pequeño grupo de hombres que hablaban entre sí con una alegría inusual, como de gente que hacía tiempo que no se veía. Éste será el grupo con el que me voy a ver, pensé dudando. Cuando llegó mi hermano Fernando, la cosa ya no admitía dudas. Seguían llegando hombres y seguían los abrazos y las risas. Era mi grupo. Me levanté, me presenté y a partir de ahí todos nos íbamos quedando tocados por la sorpresa y la alegría de volver a reencontrarnos a pesar de la cantidad de años que habían pasado.

La tecnología había conseguido lo que hace solamente unos años hubiera sido imposible. Se reunía la promoción 1966-1974 del Colegio de La Salle para celebrar el 40º aniversario. Este loco iba invitado como profesor de lengua de aquella época entrañable de recuerdos infinitos. De mí se acordaban casi todos, pero yo no me acordaba de ninguno. Además de que uno es un perfecto despistado, siempre ha sido más fácil que los alumnos se acuerden de su profesor que al contrario. Curiosamente me recordaban no por haberles enseñado la lista de los reyes godos, sino por el amor que prendió en ellos la lectura de pequeñas obras que les leía en clase.

Nos dirigimos al Colegio de la Salle, donde el Director D. Rafael Martín nos recibió muy amablemente. Los organizadores tenían preparado en el patio central para cada uno una foto en blanco y negro de un montón de alumnos sobre la que contrastaban los nombres de los asistentes al acto, además de un compact en cuya portada resaltaba una clase de entonces con sus pupitres de dos en dos y la atención puesta en los cuadernos. Incluso pudimos colgar de nuestro cuello una credencial con un lazo azul, que llevaba nuestra foto y por detrás unos pequeños vales de los que por entonces nos daban los Hermanos para que nos sirvieran de incentivo, en cuyo reverso figuraban frases como “Quien ama el peligro perecerá en él”, “Sigue al soberbio la humillación”…

Un enorme cosquilleo nos subió por todo el cuerpo, cuando nos reunimos en la capilla y vimos una proyección de fotos de aquellos años. Debo reconocer que donde un tiempo lucía hermoso pelo las canas se habían adueñado del terreno en el mejor de los casos, que donde hubo cuerpos ágiles quedaban carnes victoriosas del naufragio y que donde hubo mejillas tiernas que soportaron alguna que otra bofetada sobrevivían caras adustas. Pero lo importante era que estábamos allí reunidos repasando aquella travesía que comenzamos juntos después de tantos años.

Visitamos las instalaciones. En esta clase estuve yo, en este patio me pasó esto o aquello, en este salón recité una poesía  que entonces me sabía de memoria y que os voy a leer…Memoria que había sucumbido y que se tenía que ayudar ahora de un papel para volverla a recitar. He tenido la tentación de transcribir en esta colaboración todos los nombres de los que asistimos a este acto tan sencillo y a la vez tan emocionante, pero son casi cuarenta nombres que pasaron a engrosar la historia de nuestro colegio y que bajo el imperio implacable del tiempo se volverán nubes y polvo, pero polvo enamorado. Hoy somos profesores, médicos, administrativos, ingenieros, militares, abogados, jubilados, periodistas…

Quede aquí esta breve reseña de un acto en el que volvimos a encontrarnos los que hace cuarenta años llegábamos a la Salle despejados de años y cargados de ilusiones, de niñez y de una vida que se nos va de las manos sin darnos cuenta, pero que ayer pudimos frenar al menos por unas horas acercando la distancia de los años. Un abrazo a todos y gracias a los organizadores

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