El Romanticismo aparece como un arte cultural de exaltación de los sentimientos de modo vehemente contrario hasta la exageración de la obsesión por la idealización del neoclasicismo, al considerar que ésta daba lugar a una falta de emoción. Modifica la realidad al estar saturado de fuerza y libertad. Da alas a la creación libre, sin normas y su pasión a veces se expresa de modo violento o desenfrenado. Frente al gusto estético del Neoclasicismo, el Romanticismo muestra su gusto por lo sobrenatural.
Mariano José de Larra y Sánchez de Castro acortó su vida al escaso tiempo de 27 años. Era un Dandi, pero no un hombre muy sociable, quizás porque nunca vivió en familia sino en colegios internos desde los tres años. Era enamoradizo, pero no mujeriego. Se enamoró de joven de una mujer mayor qué él, que a la vez era amante de su padre, lo que marcó profundamente su carácter. No fue feliz en su matrimonio. No estudió ninguna carrera, pero fue periodista, crítico, satírico y costumbrista, consiguiendo una gran reputación social. Es uno de los mayores representantes del Romanticismo Español. Desde muy joven tuvo una acertada visión de la sociedad española que expuso en su labor de crítica social, cultural y política. Desesperaba ante la impotencia que le suponía no ser capaz de cambiar su situación personal, ni la de su país. Se fue engendrado así un carácter depresivo, que acabó no viendo más que el lado oscuro -y cierto- de la vida, sobre todo cuando se unió a ello la censura en su periódico El Español de artículos que hablaban de cambio social, más justicia y libertad, más derechos humanos. Siempre decía: “Mi vida está condenada a querer decir lo que otros no quieren oír”, y se hizo famosa su frase “escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como una pesadilla abrumadora y violenta”.
Estas fueron las explicaciones que un familiar suyo muy posterior, Jesús Miranda Larra, defendió en su libro Larra, biografía de un hombre desesperado, pero aquel alegre día de carnaval de 13 de febrero de 1837 y víspera de San Valentín, el tiro en la sien que acabó con su existencia se lo dio tras salir de su domicilio madrileño de la calle Santa Clara nº 3, Dolores Clavijo, -mujer casada, independiente, libre y moderna, que escribía poesías y acudía a tertulias, algo que le encantaba a Larra-, a la que acompañaba su cuñada y que se presentó en su casa para recoger sus cartas de amor y darle la más absoluta negativa a continuar sus relaciones, ya que se marchaba a Filipinas con su marido, un prestigioso abogado madrileño al que estaba unida cuando conoció al escritor. Fue aunque quieran que se tome como un argumento más, el detonante que le llevó al suicidio, ya que ocurrió inmediatamente después de abandonar la casa esta mujer.
Quince mil personas llegaron a unirse en aquel duelo. La iglesia permitió su cristiana sepultura. En el cementerio de Fuencarral se organizó un postrero homenaje a su persona. Cuando ya cesaba y se iba a cerrar el féretro, Massard, un cantante italiano de piezas líricas, amigo de un joven y desconocido poeta, al que le pidió un poema para insertarlo en un periódico, le obligó a que leyera sus versos como cierre del acto. Hubo silencio, asombro y emoción entre los allí presentes, la voz del poeta se quebró y tuvo que concluir su lectura Roca de Togores que había presentado el acto. Impresionó su final: “Poeta, si en el no ser/hay un recuerdo de ayer/una vida como aquí/detrás de ese firmamento/conságrame un pensamiento/como el que tengo de ti”. Así inició su gloria el genio poético vallisoletano D. José Zorrilla y Moral, que también sería gran dramaturgo. Aún recuerdo su lectura en clase de A buen juez, mejor testigo, pero su obra cumbre por la que es más conocido a todos los niveles culturales es el Don Juan Tenorio.
Noviembre echa de menos El Tenorio, obra estrenada en marzo de 1844 y cuyo acto final tiene lugar en la noche de Todos los Santos y Difuntos. Zorrilla debió inspirarse en dos comedias: El burlador de Sevilla y Tan largo me lo fiáis su refundación tardía que siempre fueron atribuidas a Tirso de Molina, pero que la investigación actual sugiere que su autor puede ser Andrés de Claramonte. Todo lugar donde había un escenario era sitio de representación de la obra por estas fechas. Sus estrofas han quedado en la memoria de generaciones, que la recitaban con romántico fervor.
España no es solo diferente, sino que además un amplio porcentaje de su población -o multitud- es absurda, ignorante en ocasiones, resentida siempre. El falso progresismo y el criterio unilateral que el empecinamiento político impone, totalmente alejado de realidad histórica, han llevado a estos grupos a pretender que se proscriba el Tenorio, por ser su protagonista -y toda la obra- machista, chulesco e incluso violento, un seductor de mujeres más o menos indefensas y, según estas aseveraciones, misógino, que no merece ser representado y hay que eliminarlo de una vez para siempre de la vida social y cultural del país. Falta poco para que estas voces exijan que Zorrilla deba pedir perdón por haber escrito esta obra y eso que D. Juan fue redimido por Doña Inés, de quien se enamoró verdaderamente. Quevedo tiembla en su tumba, porque aquello de: “¿No ha de haber un espíritu valiente?/¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?/¿Nunca se ha de decir lo que se siente? es algo intolerante y un insulto para las seudodemocracias de tufo dictatorial que hoy día se soportan.
Los que no tengan sentido común para saber interpretar los hechos según el tiempo en que transcurrieron, que no escriban ni una sola línea, y respeten a una obra de teatro que ha sido la más conocida y representada como es el D. Juan Tenorio y reduzcan sus prohibiciones a impedir que alcancen y continúen en el poder, quienes al no tener capacidad para ejercer el cargo que ocupan, tampoco son conscientes que su ineficacia puede ser causa de tragedia real -como ahora ha ocurrido- que nunca será ni olvidada, ni perdonada. La silla del poder que la hizo el carpintero/ebanista con la ilusión de soportar pesos dignos, no hay consuelo que le haga soportar sus lágrimas. Este es el Tenorio a erradicar, el de la ineptitud. Sabemos hacerlo, falta la evidente realidad.
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