San Fernando

Saurom se ha pasado a Oz

Vi una banda en su punto álgido y otra ya en su declive, viviendo de las rentas –o sea, de Molinos de viento o Fiesta pagana-, en un Bahía Sound con mucha gente

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Camisetas negras, muchas. Unas dos mil. De todas las edades. Y en domingo. Ese puede ser el resumen del concierto que ofrecieron ayer las dos bandas más importantes del panorama folk-rock español, Saurom y Mägo de Oz. Con puntualidad anglosajona, pero sin tomar el té, la banda isleña comenzó una actuación que devino exitosa y contundente en la que mezclaron algunos de sus grandes éxitos –El monte de las ánimas, Vida, Noche de Halloween o El Carnaval del diablo- con los temas más conocidos de su último disco hasta la fecha, Música, del que tocaron, entre otras, la cañera El lazarillo de Tormes.

Uno no entiende mucho de música rock pero sí de flamenco, y podría decirse que los Saurom tienen arte y compás de sobra. Tocando sus temas, transmitiendo al público, y con el micro, como cuando mandaron un mensaje de ánimo a dos de los vocalistas de la otra banda que aparecería posteriormente, Zeta y Patricia Tapia, aquejados de diversos problemas médicos.

El concierto de Saurom se me hizo corto incluso a mí, que me quedé en Triana y la primera época de Medina Azahara, como se vio en una afición entregada que coreó todas sus canciones y no paró de apoyar a los juglares de San Fernando desde el primer momento (incluso hubo alguna pancarta amorosa hacia el teclista de la banda). Aprecié también el buen oficio de la banda en el uso de su juego de luces y la mesa de mezclas y sonido, con técnicos que compiten al mismo nivel que el de cualquier otra estrella que haya aparecido por el Bahía Sound, si no más aún.

Saurom, es espectáculo.

Tras una hora y media de concierto, y con el cielo amenazando ruina, entraron al escenario los Mägo de Oz (con diéresis). Que tocaran los segundos debió ser una muestra de respeto de Saurom a la banda madrileña porque, según veo en la Wikipedia, se fundó en 1988. La antigüedad es un grado. De alcohol, supongo, puesto que muchas de las canciones que interpretaron en el Bahía Sound se refirieron a ese viejo lugar común del rockero viejo que es el alcohol, con alusiones a las resacas (en pandemia), el tequila, la cerveza o el ron. Parecía un anuncio de bodegas más que una banda pirata.

Según explicó el baterista de Mägo -entre comentarios soeces y modos de turista sobrado- habían tenido que pedir a varios amigos que les ayudaran a suplir a los vocalistas enfermos, y yo diría que lo hicieron muy bien, especialmente la cantante de la banda Celtian, que responde al sobrenombre de Xana Lavey, y un vocalista de portentosa fuerza llamado Tete Novoa (Saratoga).

 El problema de los madrileños pudo ser doble: el primero, que Saurom lo hizo tan bien que desfondó al público que abarrotaba el recinto; el segundo, que en vez de apoyarse en sus temas clásicos introdujeron varios que sonaron a lo mismo. Una y otra vez.

Dejaron demasiados éxitos en el tintero a cambio de canciones discretas como La dama del mar o La vida pirata. No llevaban tocando ni media hora y más de quinientas personas se marchaban camino de su casa y los que se quedaron no alcanzaban el punto de ebullición, lo que provocó que en varias ocasiones los Mägo interpelaran al público tratando de meterlos en vereda, incluso aludiendo al “maestro” Camarón, cuya tumba había visitado uno de los componentes esa mañana, según dijo. “Esto es Cádiz, y aquí hay que mamar”, le respondió el respetable a los capitalinos.

En resumen, lo que vi fue una banda en su punto álgido y otra ya en su declive, viviendo de las rentas –o sea, de Molinos de viento o Fiesta pagana-, en un concierto rockero en el Bahía Sound que congregó a muchísima gente en un día malísimo (no hay peor día que el domingo anterior a la vuelta al trabajo tras las vacaciones), y que hizo disfrutar a los aficionados al heavy –unos más, y otros menos- a espuertas; pero qué sabré yo, que de rock no entiendo. Aunque sí de flamenco.

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