Estos cantos, suponen una colección de poemas y contrapoemas escrita como representación para marionetas cósmicas, espectáculo protagonizado por `La Fura dels Baus´”. Sus dos personajes principales, el errante Tamor -que adquiere diversos aspectos, edades y sexos- y el invisible Dai –atrapado en su papel de Demiurgo y de Nadie- cruzan sus voces al ritmo que marca “el corazón del mundo” y sus versos se convierten en una suerte de diálogo simbólico, donde la vida parece ser una larga espera que refleja las luces que llegan desde el cielo y el infierno. Lo onírico- “libera la imagen / que te ha seducido/ en el más libre de los sueños”-, ocupa también un espacio importante como contrapunto de la realidad vitalista que demasiadas veces atrapa a los personajes de este universo.
Poemario, en suma, de lúcidos contrastes -“con ángeles y monstruos-, donde impera un verbo cromático -“con su furia de espumas”- y un decir intenso y paradójico, hilvanado “por el don de una caricia”.
“Pasos. El sueño de la piedra” (Olifante. Zaragoza, 2010), añade un nuevo título a la ya amplia obra lírica de Ángela Serna. En esta entrega, la poetisa salmantina -residente en Vitoria-Gasteiz- profundiza en un cosmos personal que desemboca en una singular dicotomía: la inmanencia de su historia íntima y la primigenia del común corazón; o lo que es lo mismo, la batalla incesante entre los seres humanos que se alumbran con fuego puro para intentar volverse alados: “Ser siempre Ícaro./ Soñar el sueño del pájaro de Leonardo./ Evitar que se funda la cera/ adherida a los brazos …/… Contemplarte./ Contemplar”.
Escrito originalmente en euskera -con versión al castellano de Juan Garzia Garmendia- el verso de Serna necesita soledad y sosiego en el lector. En su prefacio, confiesa la autora que “el libro está salpicado de guiños a la escritura, a la poesía y a los poetas, a fin de decir desde ellos y con ellos el transcurrir de las horas”. Y fiel a su propósito, su poesía nos cuenta que hay que “Abandonar la frágil línea del verso …/… Abandonarla por otra más compacta”, para después, “Vivir/ Sobrevivir”. Y hacer a la poesía inseparable compañera.
Tras “El Forro”, editado tres años atrás, Gsús Bonilla (Don Benito, Badajoz, 1971) da a la luz “Ovejas esquiladas, que temblaban de frío” (Bartleby Editores. Madrid, 2010), un volumen que trata del hostil acontecer de los días, de la adolescencia perdida, de los jardines que se llenan de flores marchitas, de los gatos nocturnos, de las tapias de los cementerios, del amor sombrío. Sus versos son disparos que dejan pólvora en la retina lectora y sorprenden por su desobediencia y por su compromiso contra la injusticia: “A la hora de comer/ adelgazar/ es algo más/ que perder peso/ en este plato/ la necesidad de unos/ alimenta/ la codicia de otros/ / no saques el corazón/ a esta hora/ ¡que lo van a devorar¡”.
Una propuesta arriesgada, moderna y turbadora, que como afirma Déborah Vukusic en su prefacio “combina lo lejano con lo próximo”. Y lo real de su verbo con la crudeza descarnada de un yo poético que no excluye, sino que integra.
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