Notas de un lector

Fin de año lírico

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“La hora de irse” (Hiperión. Madrid, 2010) de Juan Vicente Piqueras, obtuvo el premio de poesía “Ciudad de Jaén” en su última convocatoria. Este valenciano del 60, con residencia actual en Grecia, tiene en su haber una extensa obra lírica, que ha alternado con su amplia tarea como traductor.



Piqueras ha vertebrado en esta nueva entrega un poemario de reposada madurez, de luminosa pulcritud, donde los espacios entre la vida y la muerte pretenden alcanzar un punto de imposible unión: “Nací mañana. Moriré pasado”. Esta dicotomía, alumbra  el camino de sus versos y fluctúa sin ambages por una temática que se sumerge, a su vez, en el dolor, en la ausencia, en la memoria… y en la batalla perdida -¿y ganada?- contra Dios: “Sólo ahora agradezco no sé muy bien a quien …/… el haberte encontrado y el haberte perdido”.

Dividido en cuatro apartados, “Amapolas”, “Rumiando ruinas”, “Don de lo perdido” y “La segunda fecha”, el volumen se articula desde la común intención de rescatar del ayer las brasas que ahora son cenizas y hallar un lugar capaz de albergar cuánto queda tras las horas últimas y cálidas de la existencia. “He tirado la casa que no tengo/ por la ventana que quería ser”. En su intento de construir una morada donde poner en paz el espíritu antes de que llegue “la hora de irse”, el poeta habita la cotidianidad del corazón y se afana por volver a disfrutar de la rutina más sencilla y amatoria: “Qué bello es estar vivo y pasear …/… Caminar a tu lado, oler el humo/ que sale de las casas y parece su aliento, / sentir el frío, el sol/ la miel que hace brillar el alma de las cosas”.

Poemario, en suma, donde anida la emoción y la conciencia, donde el lector siente y piensa, donde el frío del adiós es también cobijo de unos versos que darán calor. Y grata compañía.

El segundo libro de Laura Casielles, (Pola de Siero, 1986) “Los idiomas comunes” (Hiperión. Madrid, 2010), recibió el pasado mes de septiembre el premio de poesía joven “Antonio Carvajal”.

Esta asturiana, licenciada en periodismo y que ha repartido sus últimos años entre Madrid, París y Rabat, derrama aquí un verbo caudaloso y sincero, que le sirve para dar cuenta de su personal manera de contemplar el mundo que la circunda. Su mirada viajera le permite espigar instantáneas que develan paisajes distantes, que descubren protagonistas insospechados y que se ovilla sus ojos bajo una luz cercana: “Voy a ver si encuentro un idioma …/… en el que nadie entienda/ nada más que lo que digo/ un idioma que no pese tanto”.

Los rostros del ayer, los milagros del amor, el conjuro de la nostalgia, la tentación de las palabras…, se alinean junto al fulgor de un cántico que pretende conjugar la sagrada voz del ser humano con el candente milagro de la poesía. Y a fe que Laura Casielles sale airosa de este lance lírico, pues todo el volumen se impregna de un aroma familiar, íntimo, que permite sentir próximo el aliento cómplice de su propósito y “aprender la levedad del pájaro”, para volar después muy cerca de sus versos.

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