El pluralismo de las formas y la primacía de la voluntad sobre el entendimiento es la premisa sobre la que Duns Escoto vertebró su pensamiento. El filósofo escocés (1266 -1308) se afanó en la construcción de un sistematismo capaz de explicar la totalidad de lo real mediante un conocimiento intuitivo y una inexcusable primacía de la libertad en el discurso del ser humano.
Tras la lectura de “La maleza” (XLIII premio iberoamericano “Juan Ramón Jiménez”) de Romina Berenico Canet, he recordado las premisas del pensador franciscano. Porque en el anhelo de alcanzar una epistemología de lo sensible y perdurable, la poetisa argentina ha conformado un poemario donde la individuación se torna materia común, cómplice nominalismo, sustantiva participación.
Nacida en 1977 (Río Ceballos, Cordoba) y Graduada en Bellas Artes por la Escuela de Artes Visuales,se dedica a la confección de muñecas y osos de colección.
En este bautismo lírico su palabra desprende un emotivismo moral, un prescriptivo fundamento mnémico desde el que apuntala un cántico que se hace causa y consecuencia de lo vivido. Su universo se desdobla entre lo adventicio y lo facticio, o lo que es lo mismo, entre todo aquello que surge de la mente y de la experiencia: “No resisto abierta/ a la incongruencia de los días./ Tiemblo/ al suponer lo que ignoro./ El afuera aúlla/ en violines desaforados./ Un insecto me señala”.
Romina Berenico Canet intensifica sus significantes y los extrema hasta alcanzar un signo connotativo estético que sirva como fulgor expresivo (“Un día una mariposa”). Al cabo, aglutinar sustancia y forma le permite renombrar un verbo glosemático que no sea tan sólo interdependiente, sino que modifique, alumbre y sostenga la textualidad de lo secuencial. Así, su verso se hace fructífero, idóneo en el mensaje enunciativo que convoca y jerarquiza la caracterización de su virtualidad: “Existo sólo en mi imaginación./ Soy la del bozal./ Ya no esculpo con dientes mi propia cola./ Practico una indiferencia de fruta dibujada,/ sin título./ En el lugar de la boca, un desvío”.
A través de actos locutivos -tal y como los definiera tiempo atrás John Langshaw Austin-, la autora cordobesa carga de intenciones la condición de su semántica y diversifica los niveles de predicación para que el sujeto poético especifique su correspondencia y su reciprocidad. De tal forma, lo primario será la trascendencia de una elocuencia multiforme, capaz, en suma, de concretizar los ideales y actantes de lo pretérito y futurible: “Mi derrota/ no podrá/ reanimar a los muertos./ Con sus huesos/ haré collares/ para mi infancia”.
En suma, es este un volumen donde lo unilineal es susceptible de convertirse en un entramado plural de sucesivas instantáneas. Desde ellas, es lícito reordenar las diferentes lecturas, las distintas ópticas que propone Romina Berenico Canet. Y que, sin duda, convergen hacia una sugestiva transgresión de modelos excesivamente continuistas o falaces: “Escribir poesía/ esperando alterarle/ la conducta al lector./ Que crea que ama más/ que sufre más/ o tanto como el poeta./ Convencerlo de la dicha/ de sus desgracias”.
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