La poesía de Francisco Sánchez Bellón (Úbeda, 1955) ha venido publicándose en los últimos quince años en ediciones artesanales y con tiradas nunca mayores a los cien ejemplares. En 2009, vio la luz “Algunos poemas y fragmentos”, al que siguieron “Razón de mi coraje” (2013), “Cosecha parva” (2012), “Umbral o labios” (2021) y “Siete palabras” (2022). Bajo este último título, Comares reúne ahora en su colección La Veleta una antología del autor jienense,y que acerca al lector la voz de un poeta de verso preciso, hondo y solidario.
En su prefacio, Juan Marqués afirma que es este “el debut más extraño del mundo, dado que, no siéndolo estrictamente, lo es en un sentido pleno, y tenemos la conciencia de que con lo que es, digamos, la ópera prima de un poeta veterano, la puesta de largo libresca de alguien que, con un buen gusto extraordinario, lleva media vida entre imprentas, estamos destapando a un escritor excepcional y, con él, unos poemas muy valiosos”.
En esta sugerente compilación –a la que se suma un puñado de inéditos-, se adivina un cántico que proclama el nítido reflejo de que la vida no es ficticia, sino una expresión preclara de lumbre y de amor. Lo palpable, lo cotidiano, se torna materia temática y vertebra una acentuada sensibilidad que amplifica y ratifica un testimonial. Porque Francisco Sánchez Bellon potencia su presente, su terrenal condición, a través de un verso cómplice, sabiamente modulado, con el que dialoga de manera delicadamente humana: “Tiembla la mano,/ el labio, la razón,/ con este viento frío de noviembre./ La plaza,/ laberinto de piedra./ La casa,/ terracota habitada./ Los pasos me conducen/ al filo de la ciudad/ donde callan los pájaros./ Sobre la higuera baja/ alumbrará Jimena/ hasta que llegue el alba”.
La vida, en suma, trasvasada de los versos a las deshoras, de las sílabas al tiempo vivido y por vivir, pues también la memoria y el mañana van completando, complementando, una multiplicidad de actantes que vinculan sólitos escenarios, íntimos protagonistas. Y, de ellos, y desde ellos crece, a su vez, esa inevitable dicotomía donde caben las limitaciones del ser y los anhelos de infinito. Una dualidad, sí, que el autor ubetense alarga al par de su mirada y que derrama y condensa mediante una reflexión armónica y trascendente: “Debería pedir perdón/ por no saber vivir la vida,/ sabiendo como sé/ la fuente donde mana y corre/ el agua clara y la alegría./ Qué torbellino de ganas de huir/ y miedos de llegar,/ de haber oído la música sin ti,/ sin ti la vida”.
Al cabo, es esta, una antología donde prima la palabra desnuda, el verbo esencial. En ella, el yo lírico ahonda en los enigmas y certezas de lo propio y lo común, en verdad más profunda de la hermosa pureza con que anuda y dibuja la vívida e inquietante realidad de los días: “El frío de la noche, el agua helada,/ la piedra que entre ambos resquebrajan/ abierta como un pan de madrugada./ ¿Qué será de mí en la noche,/ si me cerca su helor y en el lindero/ no encontrara señal de una morada?”
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