Quien a buen árbol se arrima...

El poder de la vida

Hace unas jornadas vivimos el solsticio de verano, en el que el sol queda quieto en lo más elevado de su recorrido anual, definiendo el día más largo...

Publicado: 23/06/2020 ·
22:08
· Actualizado: 23/06/2020 · 22:08
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Autor

Manuel Ruiz

Manuel Ruiz es biólogo y ocupa el cargo de presidente de la Asociación Ecologista GEA de Jaén

Quien a buen árbol se arrima...

Cuaderno sobre la importancia de ser responsables medioambientalmente y otras cuestiones culturales y patrimoniales de Jaén

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Hace unas jornadas vivimos el solsticio de verano, en el que el sol queda quieto en lo más elevado de su recorrido anual, definiendo el día más largo del calendario. Este evento astronómico, como todos aquellos que son cíclicos y vinculados a las estaciones, ha estado dotado de un profundo y extenso simbolismo en todas las culturas, y aún en la desacralizada sociedad actual es una fecha que no pasa desapercibida, no sólo porque gozan de buena salud muchas fiestas populares de mágicas noches de fuego vinculadas a san Juán, sino porque nuestro propio corazón sigue respondiendo sensible al estímulo poderoso de la luz. ¿No sentimos cierto optimismo vital en estas fechas? Descontando el efecto psicológico de la cercanía de las vacaciones de verano, estoy convencido que el sol detenido en lo más alto, proporcionando todo su esplendor, es un vigorizante del estado de ánimo.

El solsticio de verano se ha identificado primordialmente con el poder de la vida, la Vida Una como dirían algunos textos herméticos. La naturaleza se manifiesta en todo su poder, las promesas de la primavera ya son frutos que maduran bajo el sol; las nidadas y camadas incipientes ya son una nueva generación. Y el sol, el astro rey que hace posible la vida, luce plenamente. Este sol indiscutible e indiscutido del solsticio es el más acabado símbolo de la vida que podríamos encontrar.

El ser humano desarrolló el lenguaje simbólico y con él la capacidad de recrear con la imaginación escenarios interiores donde hacer comprensibles las experiencias inenarrables, como el propio impacto que produce el encuentro con la vida, el amor, el estar en sintonía con la naturaleza o percibir el sentido de las cosas. La vida se hizo también vida interior.

El poder de la vida, representado por el solsticio de verano, es un robusto eje al que cada cual puede aferrarse. Frente a la descomposición que caracteriza a la muerte, la vida surge siempre triunfadora. Aunque la desaparición formal pueda llegar a ser muy convincente, hay un rastro de vida que nunca desaparece, en forma de recuerdos, de memoria, de obras, de los propios ideales, más poderosos y perdurables que las herencias materiales, que constituyen la moneda con la cual la vida se restituye.

Disfrutemos con alegría estos días del imperio del sol, porque la vida nos renueva su promesa de no abandonarnos. Otro símbolo universal, el solsticio de invierno, la noche más larga, lo confirma, porque la oscuridad más duradera es vencida finalmente por el amanecer. ¡Estamos vivos, viva la vida!

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