La Gatera

El Duke

Si yo les hablo de Marion Robert Morrison seguramente no sabrán de quién se trata, pero si les digo John Wayne vendrán a su mente las mejores escenas de Western

Publicado: 12/06/2019 ·
23:06
· Actualizado: 12/06/2019 · 23:06
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Autor

Rosa G. Perea

Rosa G. Perea es escritora. Es cofundadora del Club de Lectura del Ateneo de Sevilla y editora en Almuzara

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Como escritora, editora y colaboradora en medios de comunicación, Rosa G. Perea habla de todo, predominando la cultura

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Si yo les hablo de Marion Robert Morrison seguramente no sabrán de quién se trata, pero si les digo John Wayne vendrán a su mente las mejores escenas del Western estadounidense. “Río Grande”, “El Álamo”, “El hombre que mató a Liberty Valance”… Grandes escenas de John Wayne, que es como decidió llamarse después de que sus padres pusieran a un chicarrón que llegó a medir casi dos metros, un nombre tan femenino, como el de Marion y que John odiaba. Aunque también le conocimos por el Duke. Y es que cuando era pequeño tenía un perro llamado Little Duke que le seguía a todas partes, y sus amigos comenzaron a llamarle Big Duke. Apodo que conservó el resto de su vida.

Y unido al nombre de John Wayne, siempre estará el de John Ford. Fue el actor fetiche del director, con el que trabajó en diecinueve películas durante trece años. Pero fue “La diligencia” la que le convertiría definitivamente en la estrella que conocemos hoy. Sin embargo fue otra película dirigida por Ford, y protagonizada junto a Maureen O’Hara, “Un hombre tranquilo”, la que nos cambiaría la idea que teníamos de ese hombre rudo lleno de polvo y de gatillo fácil, por un boxeador retirado lleno de sentimientos.

De ideas conservadoras, apoyó las posturas anticomunistas de los años cincuenta. Y eso le regaló varios intentos de asesinato, según su biógrafo, Michael Munn, en “John Wayne, el hombre detrás del mito”. Por lo visto a Stalin no le gustaba esa postura anticomunista y trazó un plan para atentar contra él. El primer intento lo llevaron a cabo dos soviéticos disfrazados de agentes del FBI en los estudios donde grababa el Duke, pero los pillaron. Después sufrió varios más, todos sin éxito.

Pero fue el propio cine el que acabó con su vida. Un cáncer atribuido a la radiación que sufrió durante el rodaje de El conquistador de Mongolia al lado de un campo de pruebas nucleares en Utah. Una atribución muy lógica, porque de los 220 integrantes del equipo, 91 desarrollaron la enfermedad. Aunque la Casa Blanca siempre negó la relación.

Una vida y una muerte de película para aquel grandullón llamado Marion que nació en el seno de una familia presbiteriana de ascendencia irlandesa y escocesa, para convertirse en la imagen del Oeste americano y que un 11 de junio hace cuarenta años nos dejó.

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