El Loco de la salina

¿No son muchos los defensores?

Parece que queda bien en una democracia el que haya defensores por si los atacantes pasan a la acción.

He podido leer en la prensa del manicomio que en La Isla ha estado de paso el defensor del pueblo andaluz y que por lo visto se instaló un día una oficina móvil para contactar con la ciudad, conocer de primera mano las inquietudes del personal y explicarles el trabajo de dicha institución. Es una oficina que se mueve, cuando yo tenía entendido que las oficinas eran una cosa más quieta que la paga de un pensionista. La verdad es que existe un clamor en este pueblo por conocer los entresijos de esa figura tan útil para los ciudadanos (y ciudadanas). Y parece que todo el pueblo se ha tirado a la calle para ver eso de la oficina que se mueve.

Por experiencia propia y ajenas, porque me cuentan y no paran, me van a permitir que desde mi locura exprese mis enormes dudas sobre la utilidad de tantos defensores y defensoras como tenemos en este país y consiguientemente de esas oficinas. Tenemos el defensor del pueblo español. También el defensor del pueblo andaluz. Faltan, pero todo se andará, el defensor de La Isla, el del barrio y el de la comunidad de vecinos. Desde luego podemos dormir tranquilos al saber que hay tanta gente dedicada a defendernos de los enemigos que nos acechan a cada paso. Yo estaría por decir que hay más defensores que enemigos y que sin embargo estos nos siguen dando bofetadas sin que ningún defensor mueva un dedo para evitar que nos las den. Eso sí, la burocracia es completísima.

Por otra parte, les voy a explicar el camino que sigue la queja de un ciudadano (o ciudadana) ¡Qué pesadez con eso del niño y la niña, el tonto y la tonta, el miembro y la miembra…!).  Usted expresa por escrito su queja más o menos razonada al defensor del pueblo, la cual queda archivada con el correspondiente número de expediente. Contrasta el cabreo del personal ante cualquier injusticia con la placidez con que nuestros defensores se toman el tema.

Luego, la letra menuda nos tranquiliza expresando que la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte. Por supuesto que, como ocurre en el camarote de los Hermanos Marx, de soluciones palpables nati mistrati. Se supone que con todos esos trámites ya estamos suficientemente defendidos y que el que se siga quejando es por vicio. Van pasando los días y el reclamante observa que, aunque le han repetido por activa y por pasiva que lo importante es el ciudadano y el pueblo, llega un momento en que duda si es un  ciudadano o parte de un pueblo o un pedazo de carne que tose y se abotona.

Después, al año, todas las reclamaciones que se envían son resumidas y quedan reflejadas en un informe maravilloso, con unas portadas fantásticas, que se eleva al gobierno andaluz, por ejemplo, para su conocimiento y efectos. Todo estupendo. El gobierno andaluz, a su vez, consciente de que los cuartos de baño de San Telmo están suficientemente dotados de papel higiénico, sin embargo no lo tira a la basura, sino que lo respeta y lo archiva convenientemente. La defensa termina donde empezó. El ciudadano sigue hasta los mismos, el pueblo no sabe si reírse o llorar y los problemas se mantienen o empeoran al paso del tiempo.

Maravilloso. Parece que queda bien en una democracia el que haya defensores por si los atacantes pasan a la acción, pero lo que está claro es que, si formulamos alguna queja o alguna petición que pueda originar el menor conflicto con el partido en el poder (que curiosamente es el que ha nombrado al defensor), lo tenemos crudo, porque aquí todo nacido se aferra al cargo. En La Isla lo que hacía falta, más que un defensor del cañaílla, es que alguien se decida a defender el cazón en adobo con tomate, lo cual es más práctico y realista. Lo demás es un brindis al sol o a la luna, que ahora está de moda por su grandeza lunática.

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