No. El título del artículo no es correcto. Lo estampé mientras escribía y cuando terminé no pude cambiarlo porque se me gripó el teclado. En realidad, debería llamarlo La mediana edad. Veremos porqué.
El hombre irreflexivamente siempre se siente joven aunque no lo pregone. Esas cosas las lleva cada cual encubiertas en las entretelas de sus delirios sin decir ni mu. A los veinte está justificado porque profesa como caballero en oferta para guayabos demandantes, pero a partir de ahí, el intento de tender su fantasía al sol, se convierte en una errónea aspiración de frondosidad. Con el paso de los años cada vez encuentra menos puntos de referencia para respaldar tal frescura. De manera que, cuando tienes veinte y pico, los mayores son los de cuarenta. Cuando cumples treinta, los viejos son los de cincuenta y cuando llegas a los cincuenta, los carcas son los de setenta. Pero cuando llegas a los ochenta !ay amigo! Cuando llegas a los ochenta te caíste. A esa edad hay que ser muy quijote para vislumbrar la vejez veinte años más allá de tu realidad octogenaria porque tendrías que llegar a centenario y eso solo es la marca de un brandy que está a 10,59 euros el litro en la Vinoteca Collado. A esa edad solo llegaba la gente de la Biblia porque confundían los años solares con los meses lunares. Quieras o no quieras y por más que te aplaudas cuando te miras al espejo, el tiempo no pasa; se queda. Además, para siempre. Con hospedaje gratis y pensión completa.
Los términos de infancia, pubertad, juventud y tercera edad parece que están bien delimitados por la colectividad. Pero hay un ciclo en la vida al que llamamos Mediana Edad que suena tan confuso como lo de Oriente Medio ¿Dónde está la otra mitad?
La mediana edad no se corresponde con un número exacto de años cumplidos. No. A diferencia del resto de los periodos por los que circulamos en la travesía mundana, la mediana edad se la debe ir aplicando cada uno a si mismo según los chivatazos que su morfología orgánica le vaya dando a partir de determinado momento.
Da igual que tengas cuarenta y cinco, cincuenta o cincuenta y cinco años. La mediana edad no es la que la gente te pone para diferenciarte de los chavales o de los ancianos. La mediana edad te sorprende sin que te des cuenta un día cualquiera, cuando te levantas con ganas de ir a correr y te acuestas otra vez a esperar que se te pasen esas ganas. Ciertamente la mediana edad no la marca tu cumpleaños. Aparece calmadamente y empieza a revelarse en los chirridos de tus articulaciones. En los crujidos de tus vértebras. En los asteriscos de tú última analítica o cuando te das cuenta que lo que no te duele es porque no funciona. También quedan incluidas como señas testimoniales del extenso repertorio vintage, los desconchones en la coronilla de tu cabeza, el crecimiento de la próstata, el alargamiento de las orejas y esa molesta carga de espaldas. Sin olvidarnos de la disfunción eréctil del morador de tu entrepierna, fiel compañero. Luego, esa recopilación de chucherías se va revalidando con pequeños detalles que al principio trata uno de ignorar, pero que al final te someten.
A la mediana edad se sienten ganas de algo, pero no se sabe de que. Aparcas el coche y a los diez pasos dudas si has echado el cierre. Te miras al espejo fisgoneando tu cara en busca de nuevas arrugas. Notas que todo lo que te regaló la madre naturaleza te lo va quitando el padre tiempo. Dejas de criticar a tu anterior generación y empiezas a rajar de los jóvenes. Se te olvidan los nombres y las caras, y un día si y otro también, te vas a la calle con la bragueta al aire. Pones buena cara a la ropa que te regalan, pero te irías corriendo a descambiarla por algo más teeneger. También notas que has llegado a la mediana edad cuando el médico te recomienda ejercicio al aire libre y tu lo obedeces abriendo la ventanilla del coche o acercándote el ventilador a la cara. Te sientas para mear. Cambias la rutina de peinarte por la de colocar cada pelo en su tribuna correspondiente. Te fastidia de que ahora que lo sabes casi todo, nadie te pregunta casi nada. Ya no compras las butacas del cine en la última fila y cuando alguien te dice que te ve espléndido, te entran ganas de invitarlo a una mariscada. Cuando escuchas anglicismos como spoiler, hashtag, casting, coach… y se te pone cara de bulldog maldiciendo a los vástagos de Francis Drake.
Pero lo verdaderamente inquietante de la mediana edad es que lo que está por llegar ya no es lo mejor sino lo peor.
En fin, que entre nacer y morir hay que saborear el intervalo, y la mediana edad es una estupenda dimensión para ello. Ay es nada deleitarse con haberla podido alcanzar y graduarte en cicerone cum laude del caminito andado.
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