CinemaScope

Una entretenida ‘misión imposible’ de ‘serie B’

Guy Ritchie abandona la sofisticación de otros de sus títulos de acción, pero logra una entretenida comedia de acción sin aspiraciones

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La firma de Guy Ritchie se ha convertido en garantía de entretenimiento. Operación Fortune lo es, por encima de cualquier otra aspiración; incluso cabe considerarla un título menor dentro de su filmografía, pero funciona en pantalla, cumple con lo que a priori aparenta: una comedia de acción; sin el toque de sofisticación de sus anteriores trabajos, pero directa al grano, consciente de la necesidad de aprovechar sus escasas virtudes, hasta reivindicarse como una especie de serie B a la estela de la saga de Misión Imposible.

Sus protagonistas, de hecho, forman parte de una agencia de seguridad privada que asume encargos del gobierno británico que escapan a su jurisdicción y a la legalidad. En este caso, deben interceptar un artilugio denominado como “la llave” -que ejerce como una especie de mcguffin-, codiciado por multimillonarios megalómanos que aspiran a someter al resto del mundo a su poder -o algo así-.  

En realidad no tiene mayor importancia, ya que es la excusa para situar la acción en diferentes escenarios del mundo -Londres, Madrid, Cannes, Los Ángeles, Túnez...- y reproducir escenas de acción  más o menos previsibles para el lucimiento de su protagonista, Jason Statham, y de una de sus habituales “estrellas invitadas”, Hugh Grant, que repite con Ritchie con un personaje de moral descuidada y, decididamente, sin escrúpulos, aunque mucho más decisivo y sarcástico en esta trama que los encarnados en la brillante The gentlemen y en la muy atractiva Operación UNCLE. Junto a ellos, la cada vez más pujante Aubrey Plaza -no se la pierdan en The white lotus- y los rescatados Josh Hartnett y Cary Elwes -qué tiempos aquellos los de La princesa prometida y Drácula-.

Sin la personalidad exhibida en la citada The gentlemen, Despierta la furia -un remake contundente- Rocknrolla o Snatch, cerdos y diamantes, pero también sin el aparente respaldo de medios económicos y técnicos de sus dos muy divertidas entregas sobre Sherlock Holmes, de su Rey Arturo o el extraño encargo de Aladdin, Ritchie exhibe su pericia narrativa en favor del espectáculo para solventar sin alardes una película en la que el peso principal cae del lado de la acción, sazonada con toques de humor de efecto pasajero; suficientes para hacer valer el precio de la entrada y el de dos horas de entretenimiento.

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