La Taberna de los Sabios

El arte de pensar

Se nos va la vida buscando la felicidad en las redes sociales y, al final, descubrimos que habitaba en nuestro interior

Publicado: 31/10/2018 ·
09:31
· Actualizado: 31/10/2018 · 09:31
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Autor

Manuel Pimentel

El autor del blog, Manuel Pimentel, es editor y escritor. Ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales

La Taberna de los Sabios

En tiempos de vértigo, los sabios de la taberna apuran su copa porque saben que pese a todo, merece la pena vivir

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El frenesí, el desconcierto, la velocidad. No detenernos por miedo al gran vacío que devoraría nuestras vidas. No pares, no reflexiones, sólo haz. Trabaja, si puedes; cuida de la familia o disfruta de las aficiones, si las tienes; dedícate a las redes sociales, por supuesto. Y todo con absurda celeridad. El tiempo no nos da para tanto como abarcamos.  Las ofertas de nuevas experiencias nos tientan. Queremos ser felices y nos han contado que para conseguirlo tenemos que probarlo todo, hacerlo todo, conocerlo todo, consumirlo todo, viajar a lugares remotos. Nos lo hemos creído y compramos con ansía las dosis de felicidad que nos venden en forma de experiencias, para de inmediato colgarlas en nuestro Instagram o Facebook. Es importante que los demás vean lo que nos movemos, que nos envidien por la gente que conocemos, por lo felices que siempre aparentamos estar.

José Carlos Ruiz, en su soberbio ensayo El arte de pensar (Berenice), desnuda esa pulsión alocada que tanto desasosiego y ansiedad nos causa. Y lo hace con la fina disección del cirujano de pulso firme y clarividente: “La maldición consiste en querer saborear cada una de estas dosis, y por ello hemos caído en la trampa depravada de la hiperacción, de la hiperactividad”. Sólo en permanente movimiento, en continua exhibición ante los demás, logramos controlar el síndrome de abstinencia posmoderno que nos sacude. Ya no se trata de ser feliz, se trata, en verdad, de que los demás piensen que lo somos.Viajar, conectar, aparentar, sonreír para parecer el más feliz en la foto de las redes sociales. “Se ha impuesto la dictadura de la acción frente a la reflexión y es más urgente que nunca reavivar el pensamiento crítico que agoniza”. ¿Pensamiento crítico? Pero eso, ¿qué es? Porque pensar, pensamos poco, la verdad. Lo más, las cosas que tenemos que resolver en el día, pensamientos prácticos de vuelo corto, en suma. Y claro, de no usarlo, el músculo se oxida. El pensar exige cierta práctica, pues sus mecanismos se entumecen por inacción. Movemos nuestro cuerpo, nuestras vanidades, nuestros deseos, pero a las neuronas las hacemos trabajar poco. Así nos va, cada día más desnortados y desquiciados. Tranquilizantes, ansiolíticos, fármacos y drogas diversas no logran apaciguar la ansiedad que nos corroe. El libro Más Platón y menos Prozac (Ediciones B) ya recomendó el consumo moderado de filosofía para tratar de recuperar el equilibrio perdido. Pero ni caso. Seguimos con mucho Prozac y con poco – por no decir nada – Platón. A poner WhatsApps, que es lo nuestro.

Nunca hubo tantos universitarios como ahora, ni tanto afán por estudiar y aprender, replicamos molestos a quién nos toma por débiles mentales. Y es verdad. Pero en nuestras universidades, con suerte, nos enseñan a razonar, un gran salto sin duda. Pero razonar no es pensar, como apunta José Carlos Ruiz: “Pensar es un ejercicio donde se combinan los dos elementos esenciales del ser humano, la razón y el sentimiento”. Razonar es importante, pero es pensar lo que nos hace humanos, lo que dota a nuestra persona de contenido. Sólo el pensamiento nos hace humanos. Las emociones – escribió Spinoza – guardan una estrecha relación con el esfuerzo de la mente para tratar de mejorar. Y de esos avances surge la alegría, según el filósofo.

Se nos ofrece una oferta imposible de abarcar. Nos cuesta elegir, nos dispersamos. Es la conocida como paradoja de la elección: lo que no elegimos, lo perdemos y eso nos angustia. El miedo a la libertad, le llaman. A la responsabilidad individual, a la toma de decisiones.El pensamiento crítico nos podría ayudar a discernir lo más conveniente para nuestra persona, pero nos resulta más fácil el dejarnos llevar por la moda. Hacemos lo que hacen los demás, y todos contentos. “El pensamiento crítico es el mejor instrumento que tenemos para construir nuestra identidad”. Sin una mínima coherencia interna jamás lograremos ser felices.

Pensemos, pues, como antídoto imprescindible contra la estulticia del siglo y como receta necesaria para la felicidad que ansiamos. Se nos va la vida buscando la felicidad en las redes sociales y, al final, descubrimos que habitaba en nuestro interior. Y nosotros sin enterarnos.

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