Sala 3

Julieta

En la Julieta interpretada por Adriana Ugarte aún se respira una fina capa de arcilla sobre su piel. No busca aún el mar, sino a Romeo, aunque la invitación de este simplemente se insinúe en el remite de una carta y llegue a la par que la muerte. Tragedia

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En la Julieta interpretada por Adriana Ugarte aún se respira una fina capa de arcilla sobre su piel. No busca aún el mar, sino a Romeo, aunque la invitación de este simplemente se insinúe en el remite de una carta y llegue a la par que la muerte. Tragedia.

Aún en los momentos de mayor auge de la vida, cuando se están hilando las conexiones que unirán para siempre a dos personas a través del sexo, la cuna y la tinta roja; incluso ahí, espera agazapada la muerte. Lo avisaba el ciervo, lo confirma la maleta vacía. Julieta habita dentro de una clásica tragedia griega de las que habla en clase de literatura, es inevitable.

Y entonces, bajo la toalla, aparece la Julieta de Emma Suárez, y ya no hay arcilla que cubra su piel, solo un bronce frío y pesado, conformando una cárcel inalterable e imperecedera para un dolor eterno, el que brota de un duelo en solitario.

Almodóvar construye, mediante la narración torpe y afectiva de la madre que escribe una carta a su hija, un laberinto de Silencios, en mayúsculas, porque ese iba a ser el título original de la película, hasta que Martin Scorsese lo eligió para su próximo trabajo y uno de los dos tuvo que ceder.

Un laberinto que esconde tras el papel pintado de sus muros un sinfín de secretos, por ello no vemos como la homosexualidad es arrebatada y enterrada en un retiro de los Pirineos, donde el fanatismo religioso da permiso a la infeliz Antía para justificar su dolor y proyectar la culpa en su madre. Pobre Julieta, 12 años sin ver a su niña, pobre Antía, 12 años sin ver a su madre. Tragedia.

Parece absurdo que se hable de renovación en la vigésima película de uno de los directores más aclamados de nuestro País, pero lo cierto es que Almodóvar busca depurar aquellos elementos característicos de su cine para sintetizarlos y encriptarlos de manera que encajen en el laberinto que ha construido sin alterar sus silencios.

Y lo consigue, al menos en parte, gracias al trabajo de un reparto femenino colosal, pero también por el poder casi esotérico que sigue transmitiendo como nadie a través de la imagen, del color y de la ambientación logradísima a través de 25 años de narración.

Decía Lucian Freud que siempre quiso introducir el drama en sus retratos, por eso no es casualidad que uno de ellos acompañe a Julieta en una de las escenas de una película, cuyo triste gesto transmite más que cualquier catarsis emocional basada en la explotación directa de la tragedia. Silencio, suena la voz de Chavela Vargas.

Para leer más sobre cine puedes visitar mi blog elmurodedocs portello.wordpress.com

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