La tribuna de Viva Sevilla

El cangrejo rojo: ¿Pizza o hamburguesa?

Hemos prohibido una actividad de claro interés económico y social sobre un recurso sostenible en aras de una discutible pureza genética y una visión estática de la biodiversidad. La desaparición del cangrejo supondría un grave problema en el ecosistema natural del Parque Nacional de Doñana.

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Recientemente hemos sabido de la prohibición de la pesca y comercialización del cangrejo rojo americano (Procambarus clarkii) por el Tribunal Supremo, tras la denuncia presentada por Ecologistas en Acción y Sociedad Española de Ornitologia (SEO). Este fallo del Tribunal Supremo deja paralizada la actividad económica vinculada a la explotación de este recurso en particular en las marismas del Guadalquivir. Con ello se pierden 200.000 jornales al año y unos 20 millones de euros anuales de facturación en una zona especialmente deprimida.

La idea es que el cangrejo rojo debe ser erradicado de Doñana para mantener la “integridad natural” de este privilegiado espacio. Sin embargo, el beneficio ambiental de dicha medida dista mucho de estar claro. Desde la Estación Biológica de Doñana-CSIC, y tras la sentencia del Supremo, se defiende que la permanencia del cangrejo rojo americano sí que beneficia al ecosistema. 


Aves migratorias, nutrias y otras muchas especies, han aumentado de manera exponencial su presencia en las últimas décadas convirtiendo al crustáceo en sustento principal de su dieta. La desaparición del cangrejo supondría en la actualidad un grave problema en el ecosistema natural del Parque Nacional.


Por otra parte, con la extensión actual de la especie resulta poco creíble una potencial erradicación que, en cualquier caso, no sería posible sin el uso masivo de sustancias de difícil justificación ambiental. En este contexto, el fallo del Tribunal Supremo, impecable seguramente desde el punto de vista legal, es sin embargo claramente ilógico.


La práctica pesquera, aunque incapaz de erradicar el cangrejo, al menos contribuía a mantener un cierto control sobre la población que ahora ya no será posible. Hemos prohibido una actividad de claro interés económico y social sobre un recurso sostenible en aras de una discutible pureza genética y una visión estática de la biodiversidad.


El cangrejo rojo es una especie alóctona (originaria de otro país). Capaz de vivir en aguas con bajo contenido en oxígeno, fue introducida en 1974 en las marismas del Guadalquivir por el Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA). La idea era aprovechar el nicho ecológico que propiciaba la zona, donde creían que no interferiría con nuestra especie autóctona de cangrejo de río (Austropotamobius pallipes).

Sin embargo, el trasporte humano de los ejemplares, el carácter expansivo del cangrejo rojo junto con una enfermedad infecciosa causada por un hongo que no afecta al cangrejo rojo pero sí al cangrejo de río, ha llevado a este último a una situación muy delicada en amplias áreas de su antigua distribución. Por ese motivo, las administraciones públicas han invertido, y lo siguen haciendo, muchos fondos en la conservación de nuestro cangrejo autóctono.


No hace muchos años, investigadores de los orígenes genéticos de los cangrejos de rio europeos encontraron que nuestro cangrejo de río autóctono era en realidad el resultado de introducciones de cangrejo italiano en tiempos históricos. Esta sorpresa ha sido reforzada recientemente con abrumadores datos científicos que demuestran el origen alóctono de la que hasta ahora considerábamos nuestra especie original. Así pues, ahora deberemos elegir si queremos conservar al cangrejo italiano, al americano o a los dos, dado que hasta donde sabemos no existe el cangrejo de río español.  


Son muchos los autores que han señalado que las evidencias de la importancia de las especies exóticas en la pérdida de biodiversidad están por demostrar y probablemente haya sido muy sobrevalorada, señalando que tal vez no deberíamos juzgar a las especies por su origen sino por las consecuencias objetivas que tengan, positivas y negativas, sobre los ecosistemas y la sociedad. Es evidente que deberemos revisar nuestra política sobre especies exóticas desde una visión más científica y menos ideológica.

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