Doña Susana Díaz y sus predecesores

Un político tiene algo que ver con la corrupción en la medida, y sólo en la medida, en que una sentencia firme lo avale.

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Cada cual es libre de escoger su perspectiva de la política. Al hablar de los otros, siempre se puede caer en dar perfiles imprecisos de los mismos; lo más interesante en la vida es dedicarse a descubrirse a sí mismo. Los partidos no pueden escapar de sus obligaciones sociales porque su ocupación consiste en plantear soluciones o reemplazar las cosas inservibles. La justicia es aquella disciplina que con rigor y claridad necesaria quita o restituye reputaciones personales. La elección a la Presidencia de la Junta de Andalucía no puede convertirse en una experiencia desmoralizadora.

La justicia nos enseña cómo conducir tal o cuál investigación conforme a las leyes, no da nada por verdadero si no es evidente a través de una cadena de razonamientos que constituyen las motivaciones jurídicas; por sus procedimientos de trabajo conocemos su eficacia o ineficacia.
Decir sobre la máxima representación política y presidenta por representación, que posee una responsabilidad política asociada a sus predecesores, es de alguna manera, estar por encima de nosotros mismos, sobre aquello que sólo les corresponde a todos los andaluces.

La calumnia es una ciencia en la que no se sabe de qué se habla o, aún más grave, no se dice la verdad. Así pues, una cosa debe quedar bien clara: un político tiene algo que ver con la corrupción en la medida, y sólo en la medida, en que una sentencia firme lo avale.

Una vez resuelta esta cuestión, queda otra: la estética. Cada político se construye su propio currículo, todos lo intentan por caminos puramente racionales – siempre existe excepciones -, quienes dirigen la política tienen como obligación la administración de los bienes de una comunidad y lo hacen porque los electores han puesto su confianza en ellos, dándole crédito a lo que anuncian en sus políticas.

Todo dirigente tiene la responsabilidad política de indagar de forma inequívoca sobre lo que acontece en su alrededor, no puede ampararse institucionalmente en la práctica del desconocimiento, debe cumplir suficientemente con lo encomendado; alegar incompetencia es romper el modelo de la estética política. Dejo a otros el cuidado de juzgar sus actitudes – los jueces, si lo estiman oportuno -, sólo me toca señalar que ambos “predecesores” están fuera de la ortodoxia política. No existe debate al respecto, a partir de ahora, todo debate es artificio político.

Salvadas dichas cuestiones, por el bien de todos los andaluces, sepamos reconocer los signos de los tiempos que no son otros que la gobernabilidad, por extensión y alcance del mandato recibido en las urnas. Con aplomo, mesura y reflexión propia, actitud que se le exige a todo político serio que invite a disposiciones conciliadoras, deben cumplir la verdadera cuestión para la que se les designó. En política encontrarse a gusto entre especulaciones personales es una imagen poco edificante; exigir gestos que puedan servir de pretexto, en estos momentos es pura ambigüedad.

El que no sabe ponerse de acuerdo con las políticas, resume todo lo que puede aportar a una sociedad; una exégesis sutil de conceptos poco claros. El mandato de los andaluces prescribe que se cumpla, cualquier sospecha de incredulidad sería imperdonable. La comedia política cambia la razón de los votos, en algunos, por excesos de planteamientos cuya representación las urnas no les han otorgado.

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