Abramos una carpeta con olor a incienso entre el ajetreo incesante de unas rutinarias vidas que nos llevan a un mismo horizonte. Porque entre la ida y venida de las labores más cotidianas, siempre aguarda ese segundo imborrable que volverá a conquistar miles de corazones en la semana de la bendita espera.
Decenas de señales nos rodean en cada acto, en cada movimiento. Se agolpan ante nuestras sensaciones más profundas, como por ejemplo en ese resquicio de un naranjo que escupe el primer brote de un azahar tan significativo como esperado. O en ese puesto de flores en la puerta del supermercado… Ay, cuando cruzas tu mirada con sus claveles sueñas con ese monte embotado bajo la cruz de una penitencia con sabor a gloria.
Esa bienaventurada flor que adorna nuestras vidas en el color de la esperanza es una marca de espera que siempre nos guía hacia una nueva Semana Santa. Y ahora, en la vorágine de un enero que suena a Cuaresma, miles y miles flores recorren nuestras calles y plazas en búsqueda de aquel jardín con forma de altar que ilumina el sentido de nuestra devoción.
Claveles blancos, rosas rojas, lirios morados, orquídeas y decenas de especies silvestres dan luz y vida a la esperanza nuestra. El camión de Javi Grado comienza con su tradicional saludo invernal ante las puertas cofrades de parroquias y capillas. Ramito saca a relucir sus mejores jarras y ramos ante la Sevilla penitente. O Joaquín empieza a ser como un hermano más entre noches de montajes y veladas de ensueño.
La flor de aquel quinario. Los frisos de aquella novena. El color de una pasión que florece a las puertas de otra longeva primavera, la que solea en el frío enero de tantas naves que montan centros o en esas delicadas manos que miden el tallo de una espera cuando ya brotan por las iglesias.
La espera se ve…
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