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Young Pérez. Último asalto en Auswitch

Víctor ‘Young’ Pérez, judío sefardita, campeón del mundo de los pesos mosca, acabó sus días convertido en humo y olvido en el campo de exterminio de Auswitch

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esta la historia de un deportista tres veces maldito por razón de su raza. Lo fue en su nacimiento, lejos de la tierra de sus antepasados; lo fue también en su muerte, una muerte infame; y lo sigue siendo todavía hoy a causa del largo y ancho olvido. Esta es la historia de Víctor Young Pérez, judío sefardita, campeón del mundo de los pesos mosca, que acabó sus días convertido en humo y olvido en el campo de exterminio de Auswitch.
A Víctor Young Pérez lo descubrí gracias a la lectura de un libro magnífico y terrible, las Crónicas del mundo oscuro de Paul Steimberg. Es éste un testimonio de los campos de exterminio, pero no es un testimonio más. Si Primo Levi rememora su terrible experiencia desde la ira, la compasión, el rencor, y -siempre- con el propósito de comprender y dar testimonio, Paul Steimberg se confiesa enfermo de desprecio: “el odio es cálido, pasional; el desprecio, polar”. Esa frialdad que emana del desprecio, entendido éste tanto hacia afuera como hacia adentro, hacia la actitud servil para con los verdugos, es el hilo que cose el libro. Sólo hay un par de excepciones, una de ellas, el retrato melancólico y lleno de afecto que hace de Víctor Pérez.
A Paul Steimberg, judío de origen ruso emigrado a Francia con su familia huyendo de los bolcheviques, lo detuvo la policía colaboracionista francesa el 23 de septiembre de 1943. Tenía apenas diecisiete años. Conducido al campo de Drancy, en las cercanías de París, fue allí donde conoció a Young Pérez. Éste es el retrato que nos dejó de él: “Estaba sonado... aunque de verbo pastoso y entendimiento lento y laborioso, era un tipo de primera, que sonreía al vacío como si sus ojos hubieran quedado prendidos en viejas glorias... Parece increíble que aquel tipo hubiera pasado ocho años pegando a otros. O mucho había cambiado, o cada golpe que pegó tuvo que herirle más que a su adversario”. Así era en 1943 Víctor Young Pérez. Un viejo campeón sonado.
Víctor Pérez había nacido en el barrio judío de Tunez en 1911, en el seno de una familia sefardí, que junto con la llave de su casa en Sefarad había conservado una tradición de viejos nombres españoles. Su hermano mayor, Benajamín Kid Pérez también se aficionó al boxeo. Pero fue el joven Young, a pesar de su peso liviano y su corta estatura -apenas 1.68- el que destacó. Emigrado a la metrópoli -Túnez era entonces un protectorado francés- Victor Young Pérez se proclamó campeón del mundo del peso mosca en 1931, tras noquear al campeón americano Frankie Genaro. Tenía solo 20 años, el campeón mundial más joven de la historia del boxeo. Un año más tarde perdió el título, pero ya era una gloria nacional en Francia. Siguió boxeando hasta 1938, y entre sus hazañas se cuenta un combate en la capital del Reich nazi, Berlín, viaje en el que portó orgulloso una maleta con una gran estrella de David.
Tras la ocupación alemana, Victor Pérez tuvo la imprudencia de seguir en París, donde fue detenido por la policía francesa el 21 de septiembre de 1943. En el campo de Drancy, situado en las cercanías de Paris y que fue conocido como “la antesala de la muerte”, conoció a Paul Steimberg, judío como él, y que como él formó parte del “convoy 60”, en el que mil judíos franceses fueron deportados a Auschwitz a finales de 1943. Internado en el campo de Buna-Monowitz, Pérez fue el protagonista de la página más infame de la historia universal del noble arte del boxeo. El comandante del campo, Heinrich Schwarz, era tan aficionado al boxeo como a la indignidad. Organizó una velada en la que el viejo campeón se enfrentó a un tosco soldado de la wehrmacht que le sacaba treinta kilos de peso. El abyecto combate lo narra Paul Steimberg con detalle porque, dado su conocimiento de la lengua alemana, actuó como ayudante del púgil judío. Pese a la diferencia de peso, Pérez le dio una buena paliza a aquel “blancanieves” alemán. Sin alardes, por temor a las consecuencias. Previsiblemente, el árbitro emitió su veredicto: combate nulo. Antes de la pelea, Victor Pérez había gozado de algún pequeño privilegio dentro de la atroz vida en aquel campo de la muerte. Privilegios que le fueron retirados poco después. Escribe Steimberg: “Se consumía, solo le quedaban su sonrisa y su mirada dulce, cada vez más ausente. Creo que murió en enero, rápidamente, como una vela que se apaga...”. Pero sobre la muerte de Victor Pérez hay una segunda versión. Cuenta ésta que no murió en el campo, sino en una de las “marchas de la muerte”, organizadas por las SS cuando los rusos se aproximaban. Encontró algo de comida, se empeñó en compartirla con sus compañeros de infortunio y un guardia lo ametralló. Faltaban pocas semanas para que Hitler disparara en su búnker el tiro más certero y afortunado de la Segunda Guerra Mundial.
Al comandante del campo, Heinrich Schward, dejó de gustarle el boxeo el 20 de marzo de 1947. De hecho, ese día perdió el gusto por cualquier otra cosa de este mundo. Un pelotón de fusilamiento borró su vida despreciable para siempre, tras ser condenado a muerte por crímenes de guerra.
En Túnez, un gran estadio se llamó Estadio Young Pérez. Cuenta Paul Steimberg que muchos años después, en la medina de Túnez, preguntando a los comerciantes, todos sabían que Victor Pérez fue un gran boxeador, una gloria nacional, pero desconocían cualquier otra circunstancia de su vida y de su muerte. “Yo no tuve la tentación de contársela”, escribe. Yo sí la tuve, perdonen ustedes la indiscreción.

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