“La tarea que me propongo alcanzar, sin más armas que la palabra escrita, es que ustedes oigan, que sientan y, ante todo, que vean. Eso, y sólo eso, nada más” (p. 28). En su prólogo a El negro del “Narcissus” (1897), Joseph Conrad (Berdyczów, 1857 - Bishopsbourne, Inglaterra, 1924) esboza una declaración de intenciones sobre el oficio de escritor. Unos años más tarde, en el prefacio a El corazón de las tinieblas (1917), el autor polaco se muestra aún más críptico si cabe sobre la función del novelista contemporáneo: “[El corazón de las tinieblas, 1899] es consecuencia de un estado de ánimo distinto, que no pretendo precisar, pero a la vista está que es cualquier cosa salvo arrepentimiento nostálgico, salvo ternura evocadora” (p. 49).
Conrad se reafirmará en sus intenciones retóricas hasta el final de sus días, a pesar de la conciencia, cada vez más aguda, de las dificultades que entraña culminar sus objetivos con éxito: “Al escribir este libro, mi intención era interesar a los lectores por mi visión de las cosas, indisolublemente ligada al estilo en que se expresa. Dicho con otras palabras, deseaba escribir en prosa cierto número de páginas, en lo cual, hablando en plata, consiste mi oficio” (prefacio a Azar (1920), p. 126).
En los prólogos de sus obras, Conrad se refiere, sobre todo, a las innovaciones estéticas y tecnológicas que rodean su ficción. Los escribe en 1920, con vistas a la edición inglesa de sus obras completas, y en ellos el autor polaco se debate entre la alegría y el placer de escribir, y el miedo y la tristeza de haber escrito. La editorial La uÑa RoTa los reúne ahora en Nota del autor (2013). Sus prólogos nos informan, además, sobre el material, los eventos y personalidades que conforman las obras de Conrad, así como la influencia que en ellas ejercen sus experiencias en diferentes partes del mundo, su vida en Inglaterra y el hecho de haber nacido en Polonia. Este libro, de fácil lectura, ofrece una buena visión de conjunto de la actitud crítica del autor de El corazón de las tinieblas en un estilo llano y sin jerga.
Nota del autor nos permite situar a Conrad dentro de las grandes transformaciones literarias, políticas e ideológicas que caracterizan el final de los períodos victoriano y eduardiano en los que vivió y escribió: “Mientras escribía este libro [El agente secreto, 1907] me convertí en un revolucionario radical; no diré que mi convicción fuera más sólida que la suya, pero sí que me animaba un propósito indiscutiblemente más firme de lo que ninguno de ellos hubiera tenido jamás (…) Siempre me he empleado a fondo en la composición de mis libros (…) No podría haberlo hecho de otra manera” (p. 87).
Su prefacio a El agente secreto (1920) es el ejemplo más depurado de una poética poli-genérica y multifacética. Para escribir su novela, Conrad se nutre de fuentes de las más distintas procedencias, desde el anarquismo radical a los poetas clásicos. Freya, la de las siete islas (1920), es una novela corta que resume como ninguna la lucha de las mujeres por la igualdad política y económica. Su prólogo (1920) constituye todo un alegato en favor de este grupo social discriminado: “Me alegra pensar, de todos modos, que las dos mujeres de este libro, la huraña y pasiva Alice, víctima de su suerte, y la individualista y tenaz Freya, empeñada en ser dueña de su destino, han despertado algunas simpatías” (p. 120).
Las guerras napoleónicas y el ascenso de Rusia hasta convertirse en una potencia crucial en el cambio del siglo XIX al XX son dos referencias históricas importantes para la comprensión de obras como El Duelo (1908) o Bajo la mirada de Occidente (1911): “La ferocidad y la estulticia de un gobierno autocrático, que desprecia toda legalidad y de hecho se sustenta sobre una absoluta anarquía moral, provoca la no menos estulta y atroz respuesta de una revolución puramente utópica que ocasiona la destrucción sirviéndose de cualquier medio, impelida por el extraño convencimiento de que, una vez caídas las instituciones humanas, por fuerza ha de obrarse un cambio esencial en los corazones de los hombres” (p. 102). Su prólogo a Bajo la mirada de Occidente, 1920, se convierte en una defensa de la convivencia colectiva en condiciones de desigualdades múltiples y expectativas insatisfechas.
Justo es señalar la influencia del positivismo y Schopenhauer en la perspectiva filosófica de Conrad, el impacto de movimientos literarios y artísticos tales como el romanticismo, el naturalismo y el impresionismo en su escritura, así como acontecimientos históricos como la I Guerra Mundial. La nota a la edición de Victoria (1920) profundiza en el impacto de la Gran Guerra en la novela. Conrad se alza en defensor de la imparcialidad del escritor, en beneficio de un destino mayor que hunde sus raíces en lo misterioso: “Sucede así que de pronto nos alcanza el rayo de la ira. El lector continuará leyendo si el libro de su agrado y el crítico criticando con esa imparcialidad nacida acaso de una conciencia de infinita pequeñez, que es sin embargo la única facultad capaz de asimilar al hombre con los dioses inmortales” (p. 140).
Nota del autor concluye con un ensayo, inédito hasta ahora en castellano, de Edward Garnett (1868–1937), en el que el crítico británico intenta analizar las ramificaciones esenciales en las que se subdivide la prosa conradiana. Garnett proporciona una visión general indispensable, así como un análisis general de las novelas y cuentos del autor polaco. Cubre casi la totalidad de la ficción de Conrad en un estilo claro y accesible, mientras disecciona sus principales temas: el aislamiento, la exploración, el colonialismo y el conflicto racial y étnico, entre otros.
Garnett se involucra críticamente con las obras analizadas. Sus análisis de los principales temas y métodos narrativos son útiles e instructivos. Su tesis es que no sería prudente clasificar a Conrad dentro de una categoría literaria, como un autor “modernista”, sino como un creador que trasciende los límites de la modernidad en la que se produce su obra: “Por la amplitud de miras, el “sentido cósmico” del lugar que ocupa el hombre en la naturaleza, el irrenunciable sarcasmo con que concibe el drama humano, por la sutileza, la ironía y la generosidad de espíritu, el temperamento creador de Conrad proporcionó un vigor desconocido y ajeno hasta entonces a las letras inglesas” (p. 237).
Accesible y bien estructurado, Nota del autor es una selección ideal para adentrarse en el contexto literario, cultural, filosófico, ideológico y político que informa la obra del narrador polaco nacionalizado inglés. El estilo de Joseph Conrad, al igual que el de sus cuentos y novelas, es sencillo y directo (cualidades a las que apunta la traducción de Miguel Martínez-Lage, Catalina Martínez Muñoz, y Eugenia Vázquez Nacarino). Se trata, sin duda, de un documento único que permite al lector analizar la vida de Conrad y establecer el marco cultural e histórico de su escritura.
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