Me queda la palabra

Las malformaciones fetales dejarán de ser supuesto para la nueva ley del aborto.

El sr. Gallardón va a eliminar, con la autoridad que le otorga la mayoría absoluta en la Cámara a su partido, el derecho a evitar que las personas no se tengan que someter a la anulación de su vida en virtud de una desgracia que a nadie le gustaría sufrir

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Cuando la situación económica es peor que nunca, cuando desde dentro de España las protestas se múltiplican por parte de todos los sectores de la población, cuando los gobiernos extranjeros, la autoridades económicas mundiales y la prensa de cualquier lugar del mundo, ponen en evidencia la sinrazón de la forma de gobernar este país, el personaje más voluble y más falso del Consejo de Ministros, ese que iba de progresista,  de dialogante, de imagen aperturista, de esperanza de la derecha civilizada, posiblemente con el único objeto de desviar la atención sobre el rechazo a las medidas económicas de su gobierno, trata de utilizar como cortina de humo un ejercicio excesivo de insensibilidad con la declaración de intenciones para una nueva ley del aborto sobre la supresión de las malformaciones fetales como supuesto a que acogerse.
Sin entrar en la polémica de que son las mujeres quien libremente han de tener la capacidad de decisión, con lo que me identifico. No voy a traer argumentos en este sentido, pues por fuerza de conocidos no van a aportar nada y puede que diluyan lo esencial del momento en otra dirección.
El sr. Gallardón va a eliminar, con la autoridad que le otorga la mayoría absoluta en la Cámara a su partido, el derecho a evitar que las personas no se tengan que someter a la anulación de su vida en virtud de una desgracia que a nadie le gustaría sufrir, a no ser que en el colmo de su fanatismo asumiese una conducta masoquista para el resto de su existencia y la de su familia.
Partimos que la actua ley en vigor concedía la libertad de interrumpir su embarazo a la madre en el caso de malformaciones del feto. No obligaba a nadie y por tanto quien quisiera continuar con su gestación estaba en todo su derecho.
Enseguida han saltado todos los acólitos antiabortistas saludando la medida. Habrá que recordarles también que no se está tratando de minusvalías menores en que, a pesar de su diferencia, no tengan problemas de integracón social, para nada estos son los casos más graves. ¿Qué decir en cambio de aquellas malformaciones fetales que en la mayoría de los casos se tratan de fetos no viables, que en el momento de su final supongan una intervención con varios meses en el vientre de la madre? ¿Dónde está la protección al riesgo que eso supone? En el caso de llegar a nacer, ¿qué perspectivas existen para una criaturas que no tienen ni consciencia de que lo son? O incluso peor, que fueran conscientes de ello ¿cómo podrían entender la injusticia que supone su problemática con un mundo que les rodea que tiene un desarrollo normal cuando estas personas se ven privados de las mínimas posibilidades?
¿Quién les asegura a las madres y a las familias que en virtud de esta norma y de no tener capacidad
económica para buscar una salida mediante un aborto en el extranjero, que van a tener una atención y un apoyo adecuado, mientras muchas de las que  vociferan en contra de aborto carecen de reparos para utilizar la conocida artimaña del viajecito a Londres o a una clínica privada española, si llega el caso?
El gobierno popular, este gobierno que está eliminando las ayudas adquiridas en función de la Ley de Ayuda a la Dependencia, suprime la posibilidad de evitar que ocurra. O sea, obliga a continuar con el embarazo y después con el problema que sin duda supone un caso así,  y encima no hayan ayudas para quienes lo sufren, por la moral interesada de un ejecutivo que actúa sólo para beneficiar a una pequeña corte de integristas, que interpretan la religión de forma muy parecida al ínclito Torquemada. Mucho cinismo es lo que hay; mucho cinismo y una interpretación sesgada de la religión.
Tampoco se me va a ocurrir plantear discusiones bizantinas sobre la existencia o no de un ser superior. Pero, en el caso de existir, ¿en qué capítulo de la Biblia se dice que se tenga que aceptar con alegría una carga tan pesada, tan abrumadora, tan anuladora, como asumir la vida de un ser que sólo ha nacido para sufrir, consciente o no? La familia sí que lo es. Sé que es un tópico, pero quienes lo sufren bien que lo entienden, ¿qué pasará con mi hij´cuando yo no esté? ¿Se puede vivir con esa amargura, porque un iluminado decida acabar con tu derecho a evitarlo?
Como en estos casos siempre saldrá la demagogia asociada que diga que son opiniones retorcidas, a ellos les recomiendo, aunque me temo que no lo lean, el siguiente enlace de un neurocirujano que explica un par de casos que ilustran todo lo que aquí se expone:  JAVIER ESPARZA Nadie tiene derecho a obligar al sufrimiento http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/07/24/actualidad/1343153808_906956.html

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