El cementerio de los ingleses

Cara a cara... la censura

Es curioso que calen estos mensajes simplistas, falaces y carentes de más profundidad que el propio odio al diferente

Publicado: 09/07/2023 ·
18:39
· Actualizado: 09/07/2023 · 18:41
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Autor

John Sullivan

John Sullivan es escritor, nacido en San Fernando. Debuta en 2021 con su primer libro, ‘Nombres de Mujer’

El cementerio de los ingleses

El autor mira a la realidad de frente para comprenderla y proponer un debate moderado

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Corren tiempos en que, como decía el maestro Jesús Quintero, el mercado y el sistema cuidan a aquellos «que saben leer y escribir pero no ejercen». La televisión se ha convertido en un espectáculo constante, con escaso aporte cultural e informativo; los debates, en otros tiempos espacios de intercambio de ideas, se han convertido en una tertulia chabacana propia de una gala de reality show. Los informativos, si bien nunca lo perdieron del todo, reviven el espíritu del NO-DO con más fuerza que nunca hacia quien pague la tinta o las ondas de cada medio. Y, como todos ustedes saben, la política se ha convertido en otro espectáculo que puede divertir, entretener o dar pena; pero, por desgracia, poco o nada hay que reseñar de cada sesión parlamentaria salvo algún que otro dato o alguna frase rimbombante, altisonante pero de escasa enjundia en su contenido.

Ahora ha llegado el turno, que tampoco acabó de irse, de los debates electorales. Tras casi una década en la que nos habíamos acostumbrado a un debate entre todos los candidatos de los partidos más relevantes, Atremedia recupera el modelo caduco del cara a cara: el Presidente del Gobierno frente al líder de la oposición. Obviando a otros partidos que pueden ser relevantes, nos guste o no, como Sumar, Vox, PNV, ERC o Bildu. Sí, he dicho Bildu. Teniendo en cuenta que van a ser decisivos en la formación de gobierno y que cada escaño va a ser vital en la aprobación de cada ley o moción parlamentaria, es relevante escuchar a cada candidato por poco que nos guste. El cara a cara entre Sánchez y Feijóo puede ser atractivo en términos de política-espectáculo, pero también es una forma de censura a otros candidatos que van a portar las llaves del futuro del país. Eso, perdónenme ustedes, es deleznable. Es negar a millones de votantes escuchar a su candidato, bien para confirmar su voto o para cambiarlo en caso de ver una opción mejor. En estos tiempos donde para ser presidente es más importante ser buen comercial que buen político, están retirando interesadamente del escaparate esos productos que no se quiere vender o, al menos, no se pretende que se vendan tanto.

La censura ha vuelto y lo hace para quedarse. Ahí tuvimos el ejemplo de la obra de teatro Muero porque no muero, de Paco Bezerra, censurada con excusas baratas por parte de la Comunidad de Madrid. Los recientes casos de censura sobre la película Lightyear, por un minúsculo beso lésbico, de una obra de Virginia Woolf o de un clásico como Lope de Vega, dejan claro el país que viene si los reaccionarios tocan poder.

Porque, no nos engañemos, bajo pretextos como la falta de presupuesto o el considerar o no apropiados los contenidos tachados por decreto del censor (político) de turno, se esconde el bloqueo ideológico a la visibilidad LGTBI, al feminismo, a la integración racial (las críticas a la Ariel negra en La Sirenita, por ejemplo) y todo aquello que el rancio fundamentalismo heteropatriarcal blanco llama ahora movimiento woke. Por otra parte, tampoco es algo nuevo: repasando un poco la hemeroteca, la histórica animadversión de la ultraderecha hacia la cultura que no sea la cañí es patente. Más allá de la copla y los toros, todo lo demás tiene sobre sí el rotulador del censor pendiendo como espada de Damocles.

Por si fuera poco, esta censura de horizontes ampliados se extiende hasta convertirse en propuestas políticas que, corrompiendo el nombre de la libertad, dicen ofrecer esta última cuando lo que se pretende es eliminarla de facto. Libertad lingüística llaman a tratar de invisibilizar las lenguas cooficiales en el ámbito académico. Libertad de elección de centro escolar llamaba Ayuso a las becas para ricos en la Comunidad de Madrid. Incluso disfrazan de libertad ese pin parental que pretende dar libertad a los padres para evitar que sus hijos puedan conocer la realidad diversa de la sociedad, para recibir una educación sexual que desplace a la pornografía como referencia en los jóvenes o, incluso, para estudiar inglés. «Saben decir cualquier parte del cuerpo en inglés pero no saben decir rodilla en español», dijo hace poco Santiago Abascal. No sé muy bien con quién habla este personaje para soltar semejante estupidez por la boca, la verdad.

Es curioso que calen estos mensajes simplistas, falaces y carentes de más profundidad que el propio odio al diferente. Del mismo modo, puede parecer extraño que sigamos asimilando como popular al partido de los ricos, Vox (voz en latín) a quien quiere eliminar la voz de quien no comulga con ellos y, más atrás en nuestra historia, como nacionales a aquellos militares golpistas que traicionaron a España y nos llevaron a la Guerra Civil y la dictadura posterior. Sin embargo, ambas rarezas se producen por la misma razón. Mensajes simples para que los entienda esa nueva generación de «analfabetos» a la que se refería Don Jesús Quintero. Esos que tanto cuida el mercado con contenidos simples «para que puedan entenderlo y digerirlo». Esa masa dominante y dominada que tiene su destrucción por esperanza, por espectáculo un cara a cara y por libertad a la censura.

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