En 1965, Enrique Veiga, un joven vigués, llegó a Sevilla para trabajar en la industria frigorífica y ya entonces, con solo 26 años, pensaba en hacer algo que hiciese que su trabajo fuese más allá de su empresa y que tuviese valor social.
Sin saberlo, este perito industrial que se formó en la Escuela de Peritos de Vigo y en la promoción de 1962, estaba ya pensando en el ingenio con el que puede pasar a la historia: una máquina que crea agua casi de la nada, solo aprovechando el aire a su alrededor.
Pero crearlo no fue flor de un día. Como ha explicado a Efe, tras trabajar para una empresa de Vigo y transformar la pesca tradicional de hielo en congelado, llegó el año 1992: “Con una sequía que provocó una inquietud muy grande, y como nosotros estábamos viendo los desescarches de las cámaras continuamente, pensé en que se debería hacer una máquina capaz de aprovechar el agua de la escarcha”.
De esa primera idea salió una máquina que es capaz de condensar el vapor del agua del aire, en cantidades importantes, dice mientras enseña la que acaban de terminar, que “es para 5.000 litros, y ha dado la sorpresa de que en las condiciones actuales, de 34 grados y un 40 % de humedad está dando unos 6.000 litros al día”.
“Hemos hecho -asegura- una máquina fiable, que es capaz de producir el agua que necesitamos, y a raíz de eso pensamos en regalarla a la gente más necesitada, y se entregó una primera de 1.200 litros".
Pero, ¿cómo funciona algo así? Su creador lo resume en que aprovecha el vapor de agua, la humedad del aire, y lo demuestra cuando activa la máquina y comienza a salir agua potable por el grifo.
“Hemos trabajado con 40 grados y con humedades relativas a un 20 %”, explica, e indica que la empresa ha conseguido adaptarse a distintas peticiones, “y la mayor máquina que hemos hecho la tenemos en Irán, donde produce 15.000 litros de agua y la puedes llevar a cualquier sitio”.
Asegura el inventor que podría funcionar con una temperatura de en torno a los 40 grados centígrados y un 15 % de humedad relativa del aire. El día que la muestra a Efe, con 34 grados en el termómetro, el agua pura y cristalina salía sin problemas por sus tuberías.
El trabajo de su empresa, Aquaer, no ha pasado desapercibido en distintos puntos del mundo, e incluso un inversor vietnamita se llevó una máquina a un campo de refugiados en el Líbano, donde suministra agua a diario gracias a que atrapa, literalmente, el agua disuelta en la atmósfera.
Para que todo sea más fácil, la empresa dispone de un soporte técnico centralizado desde Sevilla, de modo que si se produce alguna avería se puede solventar sin necesidad de desplazarse, aunque cuando se instala se dan previamente cursos de formación a las personas que la van a manejar a diario.
La máquina que acaba de terminar ya tiene destino, y en unas semanas estará trabajando en una plataforma petrolífera del mar de China, donde, a diario, producirá agua potable, que, además, por mucho calor que haya en el ambiente, se produce a temperatura casi de nevera.
Enrique Veiga, que ahora tiene 82 años, supervisa todos los detalles en persona y se muestra orgulloso de haber conjugado la rentabilidad de una empresa con la ayuda social a gente que no tiene nada, porque no tener agua potable a mano es, como él recuerda, el mayor indicio de pobreza que alguien puede sufrir.
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