He vuelto a pasar unas semanas en Málaga con la toga puesta. Desde que trabajé allí en los años 90 en el llamado caso Intelhorce -pasando por otras experiencias como Malaya- hasta hoy, la ciudad ha cambiado profundamente y para muy bien.
Entonces los Juzgados estaban en el que se llamaba Palacio de Miramar, y se parecían mucho en sus carencias a las que sigue teniendo Sevilla. Pero hoy ese inmueble es un magnífico hotel de superlujo junto al mar y la sede de los Juzgados es un edificio moderno en una zona en absoluta ebullición, mientras Sevilla sigue igual.
Aunque mi mujer nació en Málaga, fue casi por accidente en un mes de agosto y no la hemos vivido realmente hasta que mi vida profesional me ha hecho acudir con cierta frecuencia. Y tengo que agradecerlo.
Da gusto vivir ahora el entono de la calle Larios (cuyas luces navideñas, dicho sea de paso, me parecen algo exageradas) y pasear por la Alcazaba o el Teatro Romano. Es una maravilla caminar por el paseo marítimo o disfrutar de esos magníficos museos que acreditan la vida cultural que florece en ella.
Pero donde un abogado siente sencillamente envidia es cuando acude a esa Ciudad de la Justicia moderna y diseñada con criterios de eficacia, que pone de manifiesto las carencias de unos Juzgados de una ciudad como Sevilla, donde son sencillamente vergonzosos. Algunos son incluso irrespirables como sucede con el Noga y otros como los del Prado absolutamente anacrónicos. Hoy leo que por fin se trasladarán a Palmas Altas en 2023, lo cual no es sin duda la solución ideal, pero todo lo que sea crear por fin esa sede judicial, tenemos que celebrarlo.
En cuanto a mi pasión gastronómica, también Málaga crece cada vez más en ese terreno. Además de un moscatel en El Pimpi, en esta ocasión he podido frecuentar lugares de siempre como Godoy en su nueva ubicación en el Puerto, un muy buen japo como Takumi y esas dos joyas en que un gran cocinero como Dani Carnero ofrece una comida de auténtico disfrute: La Cosmopolita y Kaleja. Les recomiendo que no se pierdan la lujosa ensaladilla (templada y no congelada como suelen ponerla muchos sitios en que se cargan el sabor), las quisquillas al ajillo o la tortilla de centollo. Y en el segundo he comido, entre otros, dos de esos platos que uno no olvida nunca: lentejas con pollo escabechado y unos pimientos de candela que me tienen absolutamente fascinado.
En fin, bravo por Málaga, con la que me descubro.
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