La Pasión no acaba

La hora de la Aurora

Conserva en las manos últimas las astillas de parir devociones. Mi amigo tiene cedro entre las uñas, siempre fue un hombre de roble hasta que la gubia del cielo

Publicado: 07/11/2019 ·
10:58
· Actualizado: 07/11/2019 · 11:52
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  • Antonio Dubé de Luque. -
Autor

Víctor García-Rayo

El periodista Víctor García-Rayo es el presentador y director del programa La Pasión de 7TV Andalucía

La Pasión no acaba

Dedicado al alma de

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Conserva en las manos últimas las astillas de parir devociones. Mi amigo tiene cedro entre las uñas y siempre fue un hombre de roble hasta que la gubia del cielo golpeó con fuerza el tronco de su fortaleza. La Virgen de los ojos claros lo quiere con Ella. Contra eso no hay argumento que pueda en el mundo. Tendrá que marcharse cuando la Madre abra los brazos y acune ese trozo de cielo de Sevilla que vamos a perder para siempre. Serán manos de porcelana, de terciopelo, de seda. Será Consolación deteniendo la barca de un artista que llega al puerto de la gloria misma.

Aún tiene sin las gafas puestas esa mirada entre noble y pícara, ajustada a su pensamiento, que tanto me fascinó. Y guarda el gesto serio y amable al mismo tiempo. Tierno y hermoso. Antonio Dubé me reñía como un padre regaña a su hijo. "Sácame más a  menudo en la tele a mi Hermandad Servita, miarma, que la tienes olvidá". Y me guiñaba el ojo. Mi amigo era pedigüeño de sus amores. No le importó jamás solicitar ayuda si se trataba de esas devociones que lo traían por la calle de la Soledad.

Estas horas que me agobian son como un taller enorme, con vida y olor hasta hace un rato, que está cerrado, oscuro, en silencio. Este reloj de ahora se está deteniendo. No puede seguir. Son setenta y cinco años de aguja y segundero, de tic tac por Sevilla, de meridianos y alarmas que sonaban a cofradía, a cara de Reina, a las amanecidas de azahar intenso y dama de noche. Ahora sí, es la hora de la Aurora.

Se lleva un baúl del que rebosa su amor por la ciudad, por su Semana Santa. No puede ni cerrarse. Viaja en sus bolsillos la llave de las emociones cuando se pinta por derecho al Señor de Pasión y tiene escondida la clave de la genialidad, el pulso y el tacto de las yemas de unos dedos maravillosos que han dejado su huella en el corazón de la ciudad que amo.

Mi amigo se marcha. Y aunque la Virgen con sus manos de terciopelo tenga los brazos abiertos para recogerlo y tenerlo en su regazo, yo estoy en este instante con más de siete dolores atravesando mi pecho que late entre la fe y la tristeza, obligadamente, penosamente.

Quiero que me riña, que me diga esas cosas sobre la ciudad, la profesión, la vida misma, que me contaba con crudeza y agrado. Él sabe que yo siempre le escucho, que obedezco, que me fío de él, que le quiero, que le admiro, que le respeto, que ya le echo de menos, que le añoro, que le recuerdo, que le quiero aquí, que quiero darle un último abrazo tan grande como la Giralda cuando pasa por debajo el palio de la Resurrección.

Ahí viene, Antonio. La Aurora no lleva puñal, amigo. Lo tengo clavado yo. En el alma.

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