Una feminista en la cocina

Boca enterrada

Un vecino de Getxo ha sido asesinado por la inmediatez, la soledad y el aislamiento que nos trae esta vida cotidiana

Publicado: 11/10/2019 ·
08:15
· Actualizado: 14/11/2019 · 14:35
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Queremos tener amor a la cara, rápido y preciso, porque estamos en un mundo en que el tiempo cuenta. No hay mermeladas caseras, ni café de calcetín. Los hornos de leña son prodigio de gourmet y el croché, vestigio de abuela como los fósiles o las bibliotecas. Hemos trascendido en el amor (como en todo )porque los sapiens nos hemos hecho rapiens, naciendo oxidados y con metas autoimpuestas.

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Un vecino de Getxo ha sido asesinado por la inmediatez, la soledad y el aislamiento que nos trae esta vida cotidiana en la que el chasis es el paraíso de los memos y el engordar o no dar la talla, infierno de necios. Hay mucho más en el oeste salvaje que indios o vaqueros, hay infinitamente más en la vida que gustar, complacer o interactuar. Están como poco el aprecio, los abrazos, la confianza en ese largo camino. Pero todo ello conlleva tiempo, esa preciosa palabra que envuelve cadencias del perfume "Tabú "que usaba mi abuela. Si no nos paramos a pensar, si las niñas de doce quieren besar con lengua, qué podemos esperar de gente que siente el corazón tan vacío y plano como un desierto. Es difícil emparejar puzles humanos de tantas piezas. Lo es. Por eso hay que tener paciencia, pero eso no estaba incluido en el diccionario emocional de nuestra especie que ha aumentado la edad física hasta el fallecimiento, pero no las habilidades emocionales o la empatía, tirando por el vertedero todo lo que no nos interesa, incluyendo a los de nuestra propia especie a los que incluso matamos cuando no piensan o sienten como nosotros mismos. Somos un auténtico cenagal de barro putrefacto. Si no me creen dense  por este Planeta una vuelta. Y aun así queremos que nos quieran. Es más,  ansiamos que nos quieran. Aunque  no sé bien por qué.  Y en ello estamos...procurando vestirnos mejor, aparentando ser mejores para gustar a ese imaginario mortal que tenemos enfrente. Como el pobre informático de Getxo que ( con más de 50) buscó en Badoo , un amor eterno para encontrar una sinuosa sudamericana que le comería la libido a nivel visual, prometiéndole el cielo de las valkirias. Que fue el que brindó, porque -apalabrada con varios compinches- le llevó hasta un lugar apartado y allí le robaron, pegaron y enterraron, investigándose si sabían (o  no) que le enterraban vivo. Muerto se quedó, con los pulmones encharcados en tierra, desesperación y la más horrible de las soledades. El amor no surge de los enlaces en internet, ni de fotos de instagram, ni de citas en la absurdidad de la premura. Suerte tiene los que no acaban como el informático, en vez de con el corazón o las entretelas rotas. Suerte tienen todos aquellos que bucean en mares azules contaminados por los químicos creyéndose los más guays, los más cools y los más cachis que no es sino traducido al lenguaje de nuestros abuelos, los más tontos de babas de creerse que el amor tiene no ya edad, sexo o condición, sino prisa de hora punta.

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