El jardín de Bomarzo

De corte y confección

Vistos los debates la esperanza de que el sistema mejore con la aportación política en la gestión pública nacional se presenta bien escasa

Publicado: 26/04/2019 ·
11:42
· Actualizado: 26/04/2019 · 11:42
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La crisis política nacional se debate en urnas este domingo 28 para dirimir nuestro futuro inmediato y uno, así de pronto, se cuestiona si todo funcionaría igual de bien, o de mal, sin políticos. Sin Rivera, Sánchez, Iglesias o Casado. Sin Abascal. Vistos los debates la esperanza de que el sistema mejore con la aportación política en la gestión pública nacional se presenta bien escasa, sobre todo ante la evidencia de una pugna de egos entre personas para las que el sentido de Estado no parece su prioridad principal porque su prioridad principal es, o al menos eso parece, la resistencia personal. 

VOX es de todos el partido que más voto oculto tiene y es, además, el que representa el voto de los convencidos: no solo llena con soltura y ánimo nuevo los recintos donde convoca sino que genera entre sus simpatizantes absoluto convencimiento y esto es tanto por simpatía ideológica hacia algunas de sus proclamas como por rechazo a todo lo demás, que es algo que la política tradicional se ha ganado bien a pulso. En la formación ultraderechista se piensa que incluso podrían ser tercera fuerza más votada, alcanzando más de sesenta diputados -algunos incluso elevan la cifra a más-, lo cual no solo resultaría una completa sorpresa porque parte de casi cero sino, además, provocaría una revolución en la confección del gobierno saliente. El no haber estado le ha hecho el ganador oculto del debate porque de todos es el que no ha cometido errores, mientras que los defectos de los demás quedaron retratados y bien a la vista. Eso y el hecho de que su mensaje es claro, gustará más o menos, pero es claro, y que gran parte del electorado está hastiado de mensajes ambiguos, de mediocridades, de más de lo mismo y necesita de algo nuevo aunque esté algo nuevo sea, según qué, para salir corriendo. 

VOX es en todo caso la pimienta de estas elecciones convocadas por un Pedro Sánchez que llegó más sobrado de lo que ahora está porque aunque las encuestas le den ganador, las sumas de las partes no le garantizan un gobierno que resultará complicado y, de hecho, su círculo de confianza estos días anda más que inquieto porque no saben medir hasta qué punto subirá VOX y con lo que pasó en Andalucía en diciembre el temor crece. Para muchos el gobierno más razonable saliente sería el que podría sumar el PSOE con el Ciudadanos de Albert Rivera, si bien el hecho de que este haya renunciado a este posible acuerdo y el evidente distanciamiento entre ambos que quedó patente en los debates dificulta y mucho este pacto y deja a Sánchez en manos de Pablo Iglesias y de su renovada moderación y, lo que resulta más peligroso, de los separatistas en sus diferentes modalidades. Lo de Unidas Podemos no deja de ser una cosa extraña, más proviniendo de una formación de cultura universitaria y que olvida que el plural masculino nos aglutina a todos mientras que el femenino solo representa a las mujeres; quizás sea su manera de contrarrestar el masivo voto masculino que elegirá, por esta y otras razones, la papeleta de VOX.

A Pablo Iglesias, además, le persigue su chalet, ese que cambió por aquel apartamento que tenía en Vallecas y del que juró jamás se desprendería por afinidad a su procedencia de clase. Quizás esta renovada moderación de la que dejó muestra en los debates es producto de su propia evolución: a los dieciocho se es revolucionario, luego te casas, tienes hijos, te compras un chalet y te haces conservador para terminar votándole a saber quién; quizás eso le pase a Iglesias, que meditando esto observa a este Pablo Casado a quien este partido le ha venido pronto y mal.   

El Partido Popular sufre una completa descomposición y el descalabro electoral se presume contundente, tal vez la corrupción acumulada no se puede borrar de un plumazo y Casado rema contra demasiado y en un momento difícil porque el voto de derecha se la ha dividido demasiado y por ambas orillas -VOX se nutre casi en exclusiva del PP, también del voto anti sistema que antes estaba en Podemos-. Además, la fortaleza principal del partido de la gaviota radicaba en la seriedad y solvencia en su gestión y esto lo representa mejor gente como Rajoy o De Guindos que un Casado cuyo perfil es más de corte y confección como también lo son Rivera o Sánchez y, los tres, bien podrían aparecer en un catálogo desfilando con marcas de trajes bonitos para, unas páginas más adelante, hacer lo propio con otra pose en ropa de primavera, bermudas, chalecos de rallas sobre fondo marino... Iglesias no, a Pablo los catálogos le servirían en todo caso para encender la barbacoa de su jardín o la cachimba en sus horas de relax.

Estas son las elecciones del miedo, en cualquier caso. Todas lo son, pero estas más. Miedo de aquellos que son de izquierdas y temen que el yugo y las flechas de la falange vuelva camufladas en una derecha dividida y por esto la participación quizás se eleve algún punto y este miedo beneficie a un Pedro Sánchez que, siendo claros, tiene más vidas que Kung fu. Pero el miedo también se mueve en una derecha ante la posibilidad de que Pablo Iglesias sea ministro de lo que sea y a las clases medias las crujan a impuestos y que de este gobierno resulte un descalabro para el actual sistema nacional. El miedo es un motor electoral muy eficaz y siempre se usa y dirige de manera conveniente, no hay nada mejor que asustar al votante para conseguir de él la papeleta y se hace pese a que la historia ha demostrado sobradamente que pase lo que pase nunca pasa nada especialmente grave si resulta de un gobierno elegido democráticamente. 

Dicho lo cual, los españoles de a pie saldrán este domingo a hacerse un traje como quien acude a las viejas academias de corte y confección para apurar técnicas en patronaje básico, elaboración de dobladillos, volantes y demás. Pero en definitiva es eso, un traje que nos pondremos para los próximos años y hay que elegir al inquilino de adentro entre, en principio, cinco alternativas; se puede votar en blanco, incluso no votar como derecho de protesta ante el, a veces, grotesco espectáculo, se puede elegir papeletea incluso por convicción ideológica en un tiempo donde la ideología ya no es el elemento principal que mueve al electorado, pero lo que no hay que tener es miedo. Porque el miedo nos hace débiles y la debilidad es la puerta por la que se cuela el oportunista.

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