De vuelta a Ítaca

No hay dinero para limpiar culitos en el cole

Hace unos días, mi hijo mayor se me hizo precisamente eso, mayor, y entró en el cole por primera vez, dejándonos su madre y a mí hechos un manojo de nervios

Publicado: 26/09/2018 ·
21:58
· Actualizado: 26/09/2018 · 21:58
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Autor

Alejandro Sánchez Moreno

Alejandro Sánchez Moreno nació en Sevilla. Es docente e historiador. Especialista en historia del movimiento obrero andaluz

De vuelta a Ítaca

Análisis de cuestiones, tanto históricas como de actualidad, desde una visión crítica de nuestra realidad política, económica y social

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Hace unos días, mi hijo mayor se me hizo precisamente eso, mayor, y entró en el cole por primera vez, dejándonos su madre y a mí hechos un manojo de nervios ante ese nuevo reto que afrontaba aquel hombrecito tan importante en nuestras vidas. Y es que, aunque crecer forme parte de la vida, los papás y las mamás no podemos evitar sentir un nudo en la garganta cada vez que nuestros niños se enfrentan a situaciones nuevas para las que rara vez los consideramos preparados del todo. Eso es así. Y el que diga que no siente nada al ver a su enano de tres años con una mochilita al hombro para entrar en el cole por primera vez, o está mintiendo, o es que tiene horchata en las venas en vez de sangre.

Como todo esto es nuevo para muchos de nosotros, las direcciones de los centros tienen a bien convocar a madres y padres en los días previos al inicio del curso para explicarnos cómo va a funcionar todo. Y allí que fuimos, a ver qué nos contaban aquellos a los que vamos a confiar nuestros hijos. Dos maestras nos recibieron muy amables para hablarnos de las normas básicas del centro, y una de ellas nos dejó tajantemente claro que ellas no estaban allí para limpiar ni pipís ni cacas, y que en caso de algún contratiempo de ese tipo, los padres tendríamos que venir a cambiar a los niños. Una madre, sabiamente quiso intervenir, y sin querer cuestionar lo que es responsabilidad o no de las maestras, les preguntó si a ellas les daban permiso en su trabajo para limpiar el trasero a sus hijos, en caso de que así lo necesitaran.

Y es que evidentemente no. Las maestras no tienen permiso para ir a cambiar a sus hijos al cole, y yo tampoco. Y mi pareja tampoco. Y mi vecino, mi hermano o mi cuñado tampoco. Pero resulta que la escuela pública te pide que te acojas a un permiso inexistente para que tu hijo no se pase el día bañado en su propia mierda. Porque no hay dinero para monitores en la enseñanza pública. Y eso a los que fuimos a aquella reunión nos inquieta y mucho. Porque nuestros hijos tendrán ya tres años, y más o menos saben controlar sus esfínteres, pero un accidente siempre puede ocurrir. Pero es que además, se les pide que si tienen que ir al baño, ellos deben limpiarse solitos el trasero, algo que en la mayoría de los casos es una misión casi imposible, porque es que todavía sus bracitos ni siquiera les llegan al ano.

Al acabar la reunión no pude evitar pensar en que los dos colegios concertados que hay en mi barrio sí que tienen monitores. Y es que esos centros religiosos que pagamos todos con nuestros impuestos no tienen a mejores docentes ni mejores programas educativos, pero sí que están más mimados por una administración que dice apostar por la educación  mientras recorta y suprime líneas de la pública, y aumenta año tras año el presupuesto de la escuela concertada. Y así, mi hijo no tendrá monitor para limpiarlo en caso de accidente, como tampoco tendrá aire acondicionado en una ciudad en la que se sobrepasan con facilidad los 40 grados de temperatura en algunos meses escolares. Por supuesto que además tendrá peores instalaciones, internet funcionará mal y la mitad de las aulas no dispondrán de pizarra digital. Pero, ¿saben qué? que ni por esas me voy a rendir, y voy a seguir apostando por la pública como el modelo de enseñanza que quiero para mis hijos, así tenga que ir mil veces a cambiarlo. Porque, a pesar de todo lo que está ocurriendo, la educación pública sigue siendo el logro más hermoso conseguido por la clase trabajadora en su lucha, y por eso mismo no podemos rendirnos. Y punto.

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