Dos décadas han pasado desde que se pusiera rostro a la lacra de la violencia de género. Era la cara de Ana Orantes, que se armó de valor para denunciar ante la pequeña pantalla el calvario que vivió durante años junto a su exmarido, un testimonio que le costó la vida pero que supuso un antes y un después a la hora de hacer frente en España a la violencia machista.
Tenía que avisarle a la hora en que me despertaba, a la hora en que salía de casa, cuando me montaba en el autobús, cuando salía del autobús... Si me dejaba alguno de esos pasos, había una bronca gigante, porque era culpa míaSin embargo, pese a los logros y avances conseguidos, la violencia de género está lejos de extinguirse, y de hecho, hay un realidad que debe preocupar, y mucho: los casos entre adolescentes.
Es el caso de, pongámosle, María, que ha relatado a Viva Huelva la relación de dominación y control absoluto que vivió de los 15 a los 20 años. Su primera relación, con un chico tres años mayor que ella, y de la que aún se recupera. En su caso, la violencia física nunca llegó, pero como desde el Instituto Andaluz de la Mujer (IAM) reflexionan, “a veces no se llega a la agresión física porque no hace falta, ya han sometido a la pareja”.
La relación de María empezó de una forma muy natural, entre las aulas de un instituto. Ella tenía 15 años -él había cumplido 18-, una edad en la que “nadie te explica lo que tienes que esperar de una relación, no sabes a qué atenerte, y por eso yo tenía una relación que para mí era lo más normal”.
Al principio eran pequeños detalles, a los que no le daba importancia, para terminar metida en un ciclo del que ya no podía salir, cual hámster dando vuelta y vueltas sobre una rueda, sin poder parar. “Primero viene la felicidad absoluta. Empiezas la relación y eres una persona feliz, él es como un príncipe y todo es una maravilla. Después empieza a haber fallos: pasas de la época de la felicidad a la época de la tensión. Tensión en pequeñas cosas que tú te sientes mal porque estás fastidiando la relación porque no cumples el papel, es tu culpa. No estás tan delgada como las demás, no vistes como la demás, le discutes en público. Son pequeños detalles que cada vez son más grandes. Entonces explota la cosa. Primero con pequeñas cosas, como que te chilla en público o que te deja de hablar durante tres días, o que te insulta. Después de la explosión, os enfadáis y luego vuelve a tus pies pidiendo perdón. Y vuelve otra vez el ciclo, y la fase de máxima felicidad, en la que te trata maravillosamente. Y otra vez tensión y después explosión. Y el ciclo nunca termina”, relata María con la perspectiva suficiente que le han dado los años.
Cuando empezó a percibir que aquella relación no era sana decidió poner tierra de por medio y se marchó a otra ciudad a estudiar, pero él volvió a conquistarla cual príncipe de cuento: “Soy tuyo para siempre”, le reveló en una nota acompañada de flores y bombones.
Pero poco duró la ‘luna de miel’. Volvió el control, cada vez más intenso: “Me controlaba todo, pero “por mi bien”, para que no me pasara nada y que él se quedara tranquilo, porque estaba haciendo un esfuerzo muy grande manteniendo una relación a distancia. Tenía que avisarle a la hora en que me despertaba, a la hora en que salía de casa, cuando me montaba en el autobús, cuando salía del autobús, cuando entraba en la facultad, a qué hora empezaba y terminaba cada clase, cuando volvía a la parada del autobús, y cuando volvía a casa. Cuando me montaba en el autobús me obligaba a hacerme una foto para ver quién estaba a mi lado. Si me dejaba alguno de esos pasos, había una bronca gigante, porque era culpa mía. Cuando veía que la cosa iba a peor y que yo empezaba a coger autonomía, venía a verme, me hacía el gran acto de amor y vuelta a empezar el ciclo de máxima felicidad”.
Mucho le costó a María abrir los ojos, pero lo consiguió. Un día decidió romper con todo y lanzar su móvil al río. El detonante fue otra discusión con su novio: “Iba de camino a casa de mi amiga y le estaba escribiendo a él por WhatsApp. Le dejé de contestar un momento porque tenía que cruzar la calle, y cuando acabé de cruzar le contesté. Entonces me llamó, me empezó a insultar y a decirme que cómo me atrevía a dejar de hablarle. Que si hacía eso, tenía que avisarle”.
Tenía 19 años y estaba al borde de la depresión y lo que vino después, fue más que complicado. “Después de dejarlo, empezó un trabajo muy duro de construcción interna, de recuperar la confianza y la autoestima”. Pasado el tiempo, no tiene duda de que “si esa relación hubiese seguido adelante, hubiera ido a más”. Por ello, lanza un mensaje a las adolescentes: “No caigan en el círculo vicioso, sean celos, un insulto, un desprecio... Eso ya es violencia”.
También se dirige a los chicos: “Estamos hartos de dar el mensaje a las mujeres, de que no se dejen pisotear, de que tengan cuidado para evitar violaciones... A lo mejor a los chicos hay que decirles que no hay que violar, que tienen que respetar a las mujeres, que no somos de su propiedad. Yo creo que el mensaje es a los jóvenes en general, que tienen que aprender a tener relaciones sanas”.
Relación igualitaria
Carmen Ruiz Repullo, socióloga cordobesa que ha trabajado para el IAM e impartido charlas sobre violencia de género en jóvenes, comparte la misma visión que María: “Hay que enfocar el problema hacia los chicos que agreden, hacia otras formas de relación sana e igualitaria, hacia la relación entre socialización desigual de género y violencia machista, no hacia las chicas que han sido o son víctimas de esta violencia”.
Y es que, según apunta, “nadie se para a pensar que un chico agresor no nace agresor, se va socializando en una masculinidad hegemónica que es la responsable de esta violencia, es la que hace que se crea superior a las chicas, que piense que una chica tiene que hacer lo que él diga, etc. Sin embargo, nadie piensa que determinados cuentos, juguetes, videojuegos, vídeos de Youtube y un largo etcétera están detrás de esta socialización de la masculinidad machista que en definitiva es la responsable de la violencia de género”.
Para Repullo, la única solución pasa por la educación. “La educación en y para la igualdad es uno de los pilares fundamentales para prevenir la violencia de género, si no insistimos en este pilar desde la familia, la escuela y los medios de comunicación, difícilmente acabaremos con la violencia machista”.
La Junta atendió en 2017 a 138 adolescentes, un 10% más
El Instituto Andaluz de la Mujer (IAM) ha prestado durante 2017 terapia psicológica gratuita y especializada a 138 chicas adolescentes que han sufrido violencia de género en sus primeras relaciones de pareja. La cifra supone un aumento del 10,4% respecto al año anterior, y en el caso de Huelva, han sido 14 las adolescentes atendidas.
Eva Salazar, coordinadora del IAM en Huelva alerta de que “los estudios van diciendo que la población diana son los adolescentes, que no detectan los primeros indicadores de la violencia de género”.
Por ello, también hace hincapié en la importancia de construir una relación sana. De ahí que la campaña de 2016 se centrara en esa idea: ‘Sin libertad no hay amor’.
Tras el relato de María, Salazar explica que tanto o más daño hace la violencia psicológica a la mujer. “Es brutal, te desarma absolutamente, te aisla y te deja sin fuerzas para salir de esa relación”.
En cuanto a cómo afrontar este problema, coincide en que hay que dirigirse a los jóvenes: “Hay que trabajar en nuevas masculinidades, porque también les afecta. No tienen que ser los salvadores del mundo, no van a ser más hombres por ello, pero socialmente es lo que les estamos transmitiendo, por eso hay que trabajar en una doble vía, con ellas y con ellos”.
La educación, la clave de todo: “Hay que desmontar los roles de género, los mitos del amor romántico y la pornografía patriarcal, introduciendo más educación sexual, emocional y de género”.
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