El Loco de la salina

El tren de los escobazos

No hay modo de arrancar, porque los políticos discuten y discuten. Unas veces por tonterías y otras por más tonterías.

Ya está todo dispuesto. Aunque parezca mentira, por fin el tren va a salir. Nadie se lo cree, y los políticos, poniendo cara de circunstancias, han ido ocupando de nuevo los vagones. Ya se han cerrado por segunda vez las vallas metálicas que protegen el perímetro donde corre el tren a causa del escándalo que formaron la primera por no estar de acuerdo entre ellos. El payaso de la puerta los mira con escepticismo y rabiaechándose a los hombros dos escobas amenazadoras, que hubiera preferido cambiar por dos escopetas de caza. Se le nota en su cara embadurnada que está de este personal hasta los mismos colores y que está loco por empezar su trabajo y dejar más de una azotea bien barrida. Sin embargo los políticos dejan ver un careto satisfecho, con una risa tan falsa como perpetua y unas infinitas ganas de bronca. Parece que el tren va a arrancar y la gente se agolpa para verlo, porque para eso lo ha pagado. Todo un espectáculo. Suena la sirena. La verdad es que todos los que ya están colocados en los vagones no se han tenido que molestar en comprar sus tickets, porque se los han abonado, y además de dar su viajecito van a ser recompensados a precio de oro por esa misma gente ingenua que los contempla. El túnel acecha al fondo con una oscuridad que espanta. El payaso se impacienta. No hay modo de arrancar, porque los políticos discuten y discuten. Unas veces por tonterías y otras por más tonterías. Ahora resulta que la sirena no da el tono, después que huele a gasoil... Se nota que estos señores conocen poco de ese fondo oscuro del túnel y que a todas luces prefieren quedarse sentaditos en sus butacas y no enfrentarse a los problemas que se pueden encontrar en aquel fondo negro donde alguien les puede calentar la cabeza. El payaso no puede más y se las tiene jurada. Alguien le da al mando de la electricidad y el tren echa a andar muy despacito. El primer escobazo se lo lleva Marianito a ver si se despierta, y tal como vuelve el brazo hacia atrás se estrella la escoba con un golpe terrorífico sobre la cabeza de Pedrito a ver si se entera de la película. El payaso tiene mucho cuidado, porque sabe que son muy tunantes y, si pueden agacharse para que el porrazo se lo lleve otro, sin duda alguna que se agachan. El tercer viaje, y todo antes de entrar en el túnel, se lo lleva Albertito, que no alcanza a comprender por qué le tienen que dar a él con la voluntad que le está poniendo a la cosa. Y por fin, ya entrando en la oscuridad del túnel, vuela la escoba sobre Pablito, quien recibe tal estacazo, que de no agacharse a tiempo, le rebañala coleta. El tren se pierde en lo más negro del túnel. El payaso reacciona y en lugar de colocarse fuera en un sitio estratégico para seguir repartiendo escobazos a diestro y siniestro, le da hacia abajo al machete de la luz y coloca rápidamente dos hermosas vallas, cerrando la salida del tren y después la entrada. En seguida se sienta a llorar en un taburete y encogiendo los hombros le explica a la gente que no ve otra solución para esta sufrida España, que él lo que quiere son soluciones y no el cachondeo que estos señores se traen con el personal. Y exclama con dolor, que, si hay que ir a votar por tercera vez, que esta vez van a ir los padres, madres y demás familias de estos fantasmas que ya han demostrado con creces la incapacidad que tienen de volcarse por los que votamos y no por sus propios intereses partidistas. Que los deja ahí encerrados para que comprueben en sus carnes lo negro que está el panorama de esta resignada España. La gente se queda con la boca abierta y, después de un silencio reflexivo, rompe con un aplauso monumental.

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