Notas de un lector

En canal

“Canal”, por su tema, por su lenguaje en apariencia descarnado puede calificarse -¿con mayor propiedad?- de conmovedor, dramático, estremecedor, golpeante.

Si me obligaran a resumir en una sola palabra el libro ganador del último premio de poesía Ciudad de Córdoba “Ricardo Molina” -hablo de ¨Canal”, firmado por Javier Fernández-, diría que es un libro “diferente”. Sé que cualquiera de sus lectores podría acusarme de falta de imaginación, o de vocabulario, o incluso de alma.
Porque “Canal”, por su tema, por su lenguaje en apariencia descarnado puede calificarse -¿con mayor propiedad?- de conmovedor, dramático, estremecedor, golpeante.

     Javier Fernández, cordobés del 71, es autor de un libro de poemas, “Casa abierta”, que encabezó con un heterónimo, una novela y un volumen de relatos; editor y traductor -J. G. Ballard, J.M. Barrie, William Golding, Robert E. Howard H.G. Wells-, vive desde siempre al pie de las letras.
En “Canal”, cuenta la historia de su hermano Miguel, que murió ahogado poco antes de cumplir seis años, y él, a quien estaba muy unido, contaba sólo tres. Lo que sucede, y de ahí mi adjetivo inicial, es que el autor no recurre a lo que entendemos habitualmente por poesía, ni siquiera al poema en prosa. En el marcado con el número 11, se puede leer: “Necesito contar todo esto, quiero hablar de ello. Y no me sirve otro lenguaje. Tiene que ser directo, seco”.
En efecto, de tal modo se expresa. Y no se trata, pues, de una carencia, sino de un propósito. Sirva, como ejemplo, éste otro que reproduzco: “Mi madre nos ha pedido que, cuando muera, la incineremos con los restos de su hijo. No rehúye hablar de él. Estuvo entre nosotros, dice”.

    Javier Fernández se vale, por lo general, de pequeños párrafos, que copan cada página, y que a veces se limitan a una o dos frases (“Mi padre rara vez habla de su hijo. Los ojos se le llenan de lágrimas cuando le pregunto por él”) y cuando alcanza el número 60, deja que su palabra se desborde en una coda titulada “Dirección prohibida” -dedicada a su hermana pequeña, Marian-; cuatro páginas donde desaparecen las mayúsculas y los signos de puntuación, y donde el poeta deja en libertad su pluma y su verbo, y compone un texto desgarrado, entre lo onírico y lo real, que pone fin a su elegía: ”me veo como un niño en brazos de mis padres ellos no me ven a mí me lanzo al agua y nado hacia mi hermano quiero llegar a su lado quiero darle un abrazo quiero que él viva quiero morir yo en su lugar lo estoy alcanzando rozo sus dedos se me está escurriendo”.

        Pablo García Baena, uno de los miembros del jurado que otorgó el premio a este poemario-editado por Hiperión-, anota al respecto que se trata “de una obra desgarradora con una gran carga dramática que emociona desde la desnudez”.
Y desde esa desnudez, Javier Fernández ha querido, en efecto, honrar la memoria fraternal, aún viva y latidora, mediante este cuaderno del alma donde conviven el duelo y el amor, el luto y la pasión…, y que han tatuado en el yo lírico las complejas señales del vivir. “Cuando murió yo tenía tres años me volví callado e introvertido”.

     Un poemario, en fin, escrito desde los adentros y cuya verdad nos deja abiertos en canal. Espiritualmente hablando.

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