El Loco de la salina

Quedo a la espera

No me han regalado nada y, aunque todos los santos tienen novena, los que no se han acordado de mí ayer no se van a acordar dentro de unos días.

Ayer fue mi santo. Sí. San Francisco de Paula. Yo había preparado con mucha ilusión mi cuartito del manicomio para colocar la enorme cantidad de regalos que esperaba más de los amigos que de los enemigos y aquí estoy ya metido en el domingo sin que nadie haya tenido conmigo el más mínimo detalle. No me vale que digan que confunden el 4 de octubre, día de San Francisco de Asís, con este 2 de abril, día de San Francisco de Paula. Eso son excusas tontas. Es verdad que los dos santos nacieron en Italia, aunque en regiones distintas, pero es que el de Asís nació en 1182 y el de Paula en 1416, es decir, que los separan más de 200 años. ¡Como para confundirse!

Mi santo no es que sea ni mejor ni más bueno que el otro, pero, cuando leo los problemas que tuvo Francisco de Paula, hay cosas que me han llamado la atención después de contemplar la Semana Santa y de ver el lujo tan fantástico que exhibe la jerarquía eclesiástica en el Vaticano. Creo que cualquier parecido con lo que se puede leer en los Evangelios es pura coincidencia. Por supuesto que es la opinión de este loco. Pues bien, se cuenta que, cuando mi santo llegó a Roma, quedó tan honda y negativamente impresionado por el lujo que encontró allí, que con dos agallas reprendió al Cardenal Cusano, a quien hizo notar que Jesús no tuvo vestidos tan suntuosos. Pues ni caso.

A lo que iba diciendo. No me han regalado nada y, aunque todos los santos tienen novena, los que no se han acordado de mí ayer no se van a acordar dentro de unos días. Vivir para ver. Menos mal que los mejores regalos me los hace mi nieta de 7 años cada mañana cuando la llevo paseando hasta el colegio que la Junta de Andalucía le asignó, gracias a la conciliación familiar que los socialistas de toda la vida de Dios siguen pregonando e ignorando al mismo tiempo con una hipocresía que se la pisan.

Como camino del colegio vemos todas las mañanas unas cigüeñas que tienen colocado su nido en unas torrecitas, le digo, para enseñarle cositas, que a los dos puntitos que tiene la “ü” de cigüeña se les conoce con el nombre de “diéresis”. Después de repetirlo varias veces a trancas y barrancas se me queda mirando y me dice: “abuelo, eso parece el nombre de una enfermedad”.

Otras veces se me descuelga con comentarios que me dejan descolocado. Los niños preguntan muchas cosas y quieren saber, pero aquí está el abuelo para responder. Me dice un día que por qué la gente se tiene que morir. Le contesto que, si la gente no se muriese, la Tierra se llenaría de personas y no cabríamos en este mundo, al tiempo que le doy un empujoncito para que sienta los apretujones que se producirían. Me contesta inmediatamente que no se debería morir nadie y que para eso hay muchos planetas en el cielo, para irnos unos cuantos para allá y despejar la cosa. Así todos los días.

Por tanto, aunque la pobre mía sufre cada mañana la separación de su hermana, que tiene que ir a otro colegio, no sabe la Delegación de Cádiz, insensible a estos problemas de la calle, pero expertos en buscar el voto del jodido ciudadano, lo agradecido que quedo al tener la oportunidad de conversar con mi nieta sobre temas de la misma vida. Los niños son muy coherentes y van por derecho, a diferencia de los que pregonan a los cuatro vientos teorías maravillosas que después no cumplen.

Sin embargo, esto no quita que me ilusione el hecho de recibir algun regalito. Cada tarde me asomo a las ventanas del manicomio para ver si llega alguien con un envoltorio en la mano a nombre de este loco. En vano. Que me olvide yo del santo de los demás es normal por culpa de mi locura, pero que los cuerdos y sensatos se olviden de mí, no lo acabo de comprender. Quedo a la espera.

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