Si pasa usted por el Casco Antiguo y oye cantar a capela alguna canción de Julio Iglesias no le quepa duda de que quien canta es Juan Ferrer. Juan Ferrer viste siempre de oscuro, que en él no parece atuendo luctuoso sino uniforme de gala, de cantante que está constantemente dispuesto a cantar, sea para una boda, para la terraza de un bar o para unos guiris que buscan sol, vino de Jerez y emociones fuertes.
Juan Ferrer fue niño de internado y desde muy pequeñito anduvo en escolanías y grupos religiosos de canto. Pero creció y un día, en un “local donde van mujeres de vida fácil”, como él los define, alguien le propuso cantar y cantó. Allí se quedó un montón de años. Ahora, ya maduro y algo desengañado, canta en bares y bodas y canta, fundamentalmente, porque está triste: hace unos meses murió su madre, su tercera madre dice él, y se confiesa apesadumbrado, dolorido y desorientado. Vive solo y dice que ya no es hombre tímido, pero que antes sí lo era, y que se siente muy a gusto cantando, que le gusta que lo escuchen cantar.
Mientras hablamos aquí en el patio, Rafa Vega, que ha dado vida a este rincón de San Pedro con su taberna al más puro estilo jerezano, nos fotografía para ilustrar la entrevista. Cuando acaban los disparos de la luz Juan Ferrer se acomoda en la silla y me dice que estamos mejor hablándonos de tú.
De acuerdo, Juan. Hablémonos de tú. ¿Cómo es eso de que hace unos meses ha muerto tu tercera madre?
—Te lo explico: Mi madre biológica fue Miss Cataluña en los años cuarenta. Dicen que fue una señora muy guapa. Mi padre era hombre tímido y rico, y sabía cantar, así que ya sé de dónde me viene a mí la disposición al canto. Nací en Osuna, uno de los pueblos con más patrimonio artístico de Andalucía. Cuando yo tenía dos años de edad mis padres se separaron, lo vendieron todo y a mí me metieron en un colegio interno en Jerez. Allí me acogió una enfermera a la que llamaba mamá. Me quería mucho y constituyó para mí un referente maternal. Fue mi segunda madre. Pero cuando tenía diez años murió esta enfermera. Me vi de nuevo solo, desamparado. A los once años pasé al Hogar “José Antonio” de Jerez. Recuerdo que un día vino a verme mi madre. Vestía de blanco y de verdad era muy guapa. Pero yo la conocía, no la recordaba en absoluto. Eso fue en 1959 o 1960. Me trajo ropa que me estaba grande, porque, claro, ella tampoco me conocía ni sabía cómo era yo después de tanto tiempo. Después de ese contacto fugaz con mi madre pasé a Cádiz, a la calle Isabel la Católica. Estudiaba allí con una beca y obtuve el grado de Maestría Industrial. En cuanto a mi tercera madre, es la que murió en enero de este año. Estuve cuidándola dieciocho años y estaba muy unido a ella. Murió y me ha dejado lleno de incertidumbres, de dudas. Porque cuando cuidas a una persona en cuerpo y alma como he hecho yo, lo duro no son los cuidados, las noches en vela, las noches de hospital. Lo malo es cuando se muere y te quedas solo, como yo estoy ahora. La soledad es horrible cuando no la eliges. Yo estoy solo en el piso y me ahogo y tengo que irme a la calle. Por suerte en Arcos he sido muy bien acogido y tengo muchísimos amigos que son una razón para vivir.
Una infancia dura la tuya, ¿no es así?
—Yo no me quejo. La vida es así. Nadie ni nada es perfecto. Fíjate. Cuando cumplí dieciocho años había perdido la Beca. Manifesté mi intención de ingresar en un Convento, o iniciar los estudios para el Sacerdocio, pero un Obispo me dijo que mi verdadera vocación era cantar, que cantando también podría hacer mucho bien.
Y después de la infancia la adolescencia y la juventud. Y siempre la canción, la música, en primer lugar.
—Claro. Un día, viviendo en Sevilla, tendría unos veinticinco años, entré en una casa de mujeres de vida alegre (aquí me hace un gesto para que yo comprenda a qué se refiere cuando habla de mujeres de vida alegre) y alguien preguntó que quién quería cantar. Un amigo me propuso cantar, pero yo, que entonces era muy tímido le dije que me daba corte. Pero mira: Me puse a cantar una canción de Nicola di Bari, un cantante que entonces estaba muy de moda, y allí me quedé durante dos años largos. Con las mujeres que había allí, que ejercían la prostitución, tuve unas relaciones muy buenas, y casi todas las noches se venía alguna a mi apartamento. A partir de ahí me surgieron más eventos, pero tuve que abandonarlo todo para hacerme cargo de mi madre, que murió en Sevilla en el Hospital.
Te hiciste cargo de tu madre hasta su muerte. ¿Y tu padre?
—Mi padre se había venido a vivir a Jerez. Cantaba muy bien, como te he dicho, y cuando alguien moría le cantaba El Miserere en la Catedral. Era un hombre tímido, eso también lo heredé de él, y al final se colocó de barrendero en el Ayuntamiento. Lo he visto en algunas fotos y era muy elegante, tenía bigote y siempre aparece muy bien vestido. Con mis hermanas tengo alguna relación, pero nunca nos hemos sentado a comer juntos, fíjate qué triste. Alguna me llama de vez en cuando y le canto algo por el teléfono móvil.
Imagino que no siempre habrás cantado a capela…
—No. Mira, Sevilla: En los años 60 Nino Bravo era un cantante muy famoso. Sacó la canción “Un beso y una flor” y fue la primera que canté en el piano. Luego he cantado canciones de Nicola di Bari, Los Panchos, Rocío Dúrcal. Un día oí a Julio Iglesias y me di cuenta de que esa era mi voz. De Julio me sé unas veinticinco canciones, algunas de Nino Bravo. Yo canto con piano, pero aquí no he encontrado al pianista. Canto a capela. Debuté en Arcos en fiestas en la venta “Calderón “. De allí me salieron más eventos, en “Revertito”, El Casino, en chalet particulares. El día de los enamorados canto y reparto claveles a las mujeres.
¿Y lo próximo qué es?
—Este sábado hago un triplete: Este sábado canto en la Plaza del Cananeo. Voy a cantar canciones románticas. También en el restaurante del italiano y luego aquí al lado, en la taberna de San Pedro, que han organizado una fiesta ibicenca. Gracias a mis amigos del Cananeo por un lado, o a Rafa y Alejandra, de la taberna de San Pedro, estoy superando estos momentos tan amargos de soledad y ansiedad.
Y gracias también a la canción, ¿no?
—Sí, porque me gusta mucho cantar, me gusta que me oigan. Me realizo como ser humano cuando canto. Es mi manera más natural de expresarme.
Dices que estás solo, Juan. ¿No tienes a nadie con quien compartir tu vida?
—Tengo dos hijos de una relación que acabó mal. Uno de ellos está ingresado en un centro con una enfermedad psicofísica. El otro vive en Jerez. Pero yo quiero vivir aquí. Ahora estoy aquí. Porque vivo al día. Sin resentimientos. Pude haberme ido a Marbella y no lo hice, pero qué sé yo lo que habría sido mejor. Un día me llamó desde Marbella Espartaco Santoni para que me fuera a cantar a sus negocios. Le dije que sí, pero cuando tenía la maleta preparada me puse a cuidar a mi tercera madre, la que ha muerto ahora. ¿Pudo haber sido mejor irme? No lo sé. Yo no lo sé. Lo cierto es que me quedé y aquí estoy. Día a día.
Juan Ferrer tiene un hablar suave, tiene voz que sosiega, y por eso no me doy cuenta de la cantidad de tiempo que llevo oyéndole. Vive al día, como los pájaros, que por cierto también son grandes cantores: ahora, en verano, son los primeros que anuncian el día con sus trinos, mucho antes de que empiece a clarear. Juan Ferrer es un Julio Iglesias sin resentimientos que a lo mejor pudo ser famoso, pero que ahora es famoso en Arcos porque, como canta uno de sus temas, “es feliz con un vino y un trozo de pan/ y también, por qué no, con caviar y champán”. Lo importante es vivir, Sevilla, me dice Juan. Y uno, que está totalmente de acuerdo con él, dice que sí con la cabeza y se pregunta si habrá mejor manera de vivir que vivir cantando. Seguramente no la hay.
Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es