La Gatera

Isaac

Cuando siendo una niña, en clase de religión nos hablaban de la prueba a la que Dios sometió a Abraham pidiéndole que matará a su único hijo...

Cuando siendo una niña, en clase de religión nos hablaban de la prueba a la que Dios sometió a Abraham pidiéndole que matará a su único hijo, el pobre Isaac, un escalofrío me recorría el cuerpo y salpicaba mi ánimo con unas ansias de rebelión contra ese Dios malvado que pedía sacrificios inútiles. Por mucho que la profesora nos explicara el sentido metafórico de todo aquello, mis pensamientos se perdían en la magnitud de la tragedia. Un padre anteponía a lo más sagrado, el amor a su hijo, una fe extraña que hacía derramar sangre.

Con los años he podido darme cuenta que aquellas deducciones simplistas de una niña no iban tan desencaminadas. Y no había tanta metáfora en el puñal que Abraham estaba dispuesto a hundir en el cuello de su hijo.

Les cuento todo esto porque he leído con estupor cómo una familia británica de Testigos de Jehová mantenía escondido en Málaga a su hijo de cinco años, enfermo de un tumor cerebral, para que no volviera al hospital. Quiero creer que existan razones poderosas para ello. Y que esa leyenda urbana que todos hemos escuchado sobre la familia de testigos de Jehová que prefiere que un hijo muera antes de transgredir las leyes de su fe, no se haya hecho realidad en este caso. Espero que no.

Me declaro creyente. Creo firmemente en un Dios bondadoso y sabio que al igual que un buen padre nos cuida pero también nos deja actuar bajo nuestro propio criterio para que aprendamos de nuestros errores. Un Dios que no entiende de mercadeos de promesas y sacrificios inútiles, y que sobre todo ama la vida y nos pide que la amemos también.

Ese Dios no me pediría que hiciera daño a los que amo, ni a los que no amo. No me pediría que rechazara a los que no piensan como yo, a los que no aman como yo, a los que no viven como yo. Un Dios de luz, no de oscuridades y angustias.

Y de lo que estoy completamente segura es de que si un hijo mío enfermara seguro que no me pediría que no recurriera a todos los medios para que sanara. No hay fe encima de esta Tierra o debajo de ella, que pueda justificar no auxiliar a un niño.

Decía  Mario Puzo (sí, ya saben, el de El Padrino), que un hombre que no sabe ser un buen padre, no es un auténtico hombre, ergo... un Dios que no sabe ser un buen padre, no puede ser un auténtico Dios, ¿o no?

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