El Loco de la salina

Lo siento, disculpe

¿Nos puede extrañar que luchen a morir por un puesto en la lista y por arrancar votos como sea?

Cuando tenga hoy entre sus manos el San Fernando Información, ya estará la gente votando o sin votar, que es lo más seguro. Acabó la campaña de las elecciones europeas. La sensación que el personal tiene en la calle es de pasotismo. Aparte de haber escuchado infinitas pamplinas, tenemos el convencimiento de que nos siguen tomando por imbéciles. Admito que estemos locos, pero de ahí a la imbecilidad hay un abismo. Los políticos, en su inmensa mayoría, se pusieron las orejeras y no quisieron ver más allá de sus propias narices. Solo tienen ojos para otear el horizonte y ver por dónde van las intenciones de los votos.

Solamente les interesan los votos. Es algo obsesivo. Se eligen las frases de los adversarios para intentar hundirlos en la miseria y que los tontos de siempre tomen nota. No por nada, sino por los votos malditos de los tontos de siempre. Como todos tenemos trapos sucios o incidentes dudosos, se trata de sacarlos a la luz para que los tontos de siempre inclinen su voto al que menos limpio salga de la verborrea. Esta campaña se ha destacado sobre todo por las continuas disculpas. Y es que a la mayoría de los políticos se les calienta la boca en los mítines; y entre los aplausos de los incondicionales y el bosque de banderas que los rodea, ya no dudan en decir las mayores barbaridades que en ese momento se les ocurre.

Pero no hay problema, porque al día siguiente o a los pocos días se sale otra vez y se dice eso de lo siento, disculpe y hasta la próxima. Es decir, yo te doy una patada donde más te duele y a continuación te pido disculpas para a continuación darte otra más fuerte y repetir la misma historia. Eso sí, siempre pidiendo disculpas, cosa que queda bastante bien por aquello de la imagen. Y todo nace del afán enfermizo por sacar votos de donde sea.

Aquí en el manicomio nadie se acuerda de nosotros en todo el año. No hay un cuerdo que se digne enviarnos una triste carta durante los doce meses que tiene el año. No mandan ni siquiera un guasa, con la de guasa que tiene la gente. Pues bien, ahora no hemos parado de recibir sobres y más sobres de propaganda que irremediablemente terminan en la papelera. Nos envían unos programas fantásticos, en los que se promete el oro y el moro. Después no se cumple lo que se dice, sino todo lo contrario. Comprendo que muchos y muchas han puesto toda la carne en el asador, porque ir de eurodiputado es la reoca. Te cae de momento un sueldo que ni soñando podrías concebirlo, te aseguran una pensión de muerte que ni el Ocaso podría prometerte, te meten dietas, te ponen en el Parlamente, a 3,55 euros, unos menús anticrisis que te enteras…

Por si faltaba poco, muchos no tenían un trabajo ni en pintura, no habían estudiado ni se habían presentado a una oposición ni de broma, no sabían hacer la “o” ni con un donut…, y ahora se encuentran con una bicoca increíble, simplemente por la cosa de haber pasado por allí y mostrar más habilidades con la lengua que el mismísimo Cicerón (y disculpen la desafortunada comparación). Lo siento, disculpen el atrevimiento. Yo creo que también puedo decir que lo siento y que disculpen. ¿Nos puede extrañar que luchen a morir por un puesto en la lista y por arrancar votos como sea? Y todavía seguimos sin saber, a no ser que alguien me lo aclare, cuántos eurodiputados españoles hablan al menos inglés. Porque yo calculo que algo habrá que hablar allí para que se les entienda y todo no va a consistir en apretar el botón de turno para decir yes o lo contrario. En fin, lo siento, disculpe, pero vamos a hablar de algo más divertido. Ayer un loco me contó un chiste que me gustó y yo se lo cuento a usted. Le dice uno a otro: lo importante en esta vida es que uno consiga reírse de sí mismo. Le contesta el otro: Claro, pero tú lo tienes muy fácil.

Si no les ha gustado, lo siento, disculpe.

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