Después del invierno tan horroroso que hemos pasado, ya estamos dispuestos en el manicomio a soportar las calores. La playa para nosotros es más que media vida y por eso hemos estado muy pendientes de todo lo que se ha estado cociendo en Camposoto desde el mes de septiembre pasado hasta la fecha. Habíamos oído, hace algún tiempo, que se iba a solucionar el tema de los aparcamientos y que este año se iba a acabar con el castigo de tener que rebuscar un triste hueco por cielo y tierra. Así que, visto el panorama tan atractivo que se nos pintaba, borramos en el mapa las demás playas y nos quedamos con la nuestra de siempre, la de Camposoto.
Han pasado los meses y algún gato se ha comido la lengua de los que prometían el fin de los agobios. Tendremos que aparcar como siempre, es decir, dejando el coche en Casa Pepe y dándonos una caminata, que, sumada al paseo hasta la Punta del Boquerón, hace que el colesterol se nos pueda poner a unos niveles impresionantes. Para colmo el vecino que me guardaba el aparcamiento hasta que yo llegara al relevo me ha dicho que este año se lo va a guardar a su hijo.
De todas formas ya tengo preparada la sandía, la sombrilla, la mesa plegable, las sillas y la crema. A mí no hay quien me desanime. Y mira que en invierno han aparecido artefactos que permanecían enterrados en la arena desde hace tiempo. No me importa. Pueden seguir apareciendo, mientras que no exploten. Y mira que siguen cerrando una parte de la playa, al parecer porque la defensa nacional está por encima de todo. No me importa. Comprendo que el ataque enemigo nos puede llegar en cualquier momento y debemos estar preparados. Y mira que, a pesar de que se está comprobando que el verano todos los años se adelanta un poquito, los servicios no se ponen en funcionamiento hasta la fecha de siempre. No me importa. Ya tenemos el cuerpo hecho a todo lo que nos echen y sabemos esperar. Y mira que, aunque se ha recogido basura para regalar, no hay manera de purificar el medio ambiente.
Por cierto, esto del medio ambiente… ¿será porque ya destruimos la mitad?
Por si faltaba poco, ahora tendremos que soportar el martirio chino de siempre. Los políticos en el poder hablarán glorias de sus logros, de sus banderas verdes y de lo limpia que está la arena. Los de la oposición sacarán el tema casi todos los días, porque de algo hay que hablar para estar en el candelero. Y es que la gente no comprende que hay que salir en la prensa como sea para que todo el mundo tome nota y, lo que es más importante, para que los voten. De modo que un día sí y el otro también tendremos que tragarnos por una parte y por la otra el tira y afloja de las deficiencias o aciertos de autobús, de la limpieza o suciedad de la playa, de lo bien o lo mal que está la cuestión. Eso es lo que dicen que es la democracia.
Y cuando más conformistas estábamos, ahora aparecen los restos de un barco enterrado en la arena. Ya han salido muchos advirtiendo del peligro que suponen para la ciudadanía las astillas que sin duda va a soltar el esqueleto del barco. Pero donde muchos ven peligro, nosotros en el manicomio ya empezamos a ver poesía. Y si ya dije antes que la playa es media vida para nosotros, la imaginación es la otra media. ¿Y si fueran restos de un barco pirata, de aquellos que navegaban por medio mundo en busca del oro ajeno? ¿Serán restos de un velero bergantín? ¿Tendrá diez cañones por banda? ¿Se hundiría después de ir viento en popa y a toda vela? ¿Cortaría el mar o volaría? Sin embargo, siendo este bajel pirata conocido del uno al otro confín, ya comienza el personal de La Isla a llamarle el Temido, simplemente porque es peligroso. Me pregunto yo quién representa más peligro, un barco rendido a pie de playa o los que siguen erre que erre dándonos la paliza y tomándonos por imbéciles.
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