Es innegable que esta interminable crisis está teniendo al menos dos consecuencias positivas: ha logrado aumentar nuestra conciencia ciudadana y puesto en evidencia la necesidad de reivindicar que quienes nos representan defiendan de manera prioritaria nuestros intereses, trabajen para mejorar nuestras condiciones de vida.
Hace algunas fechas, los periódicos publicaron que, entre los recortes posibles, estaría el de la reducción del número de defensores del pueblo, ya que se consideraba excesivo. Y, sin embargo, nuestra realidad cotidiana nos dice que necesitaríamos miles de defensores, uno en cada organismo en el que se tomen decisiones que nos implican, porque nuestras necesidades no son desde luego lo primordial a considerar por quienes elegimos para representarnos: los intereses de partido y los de los más o menos difusos pero omnipresentes poderes fácticos, son los que motivan realmente a una buena parte de nuestros políticos.
En lo que se refiere a nuestra ciudad, ni las conclusiones de la Organización Mundial de la Salud sobre los enormes daños que ocasionan las emisiones emitidas por el tráfico, ni los datos que afirman que estamos entre las ciudades más contaminadas de España han llevado a que se tomen medidas que necesitamos con urgencia. Pero además, es sobre los ciudadanos sobre quienes recae la ingente tarea de recurrir ante los tribunales o ante los organismos europeos los desatinos de nuestras administraciones.
El antecedente de lo ocurrido con la Biblioteca de la Universidad no parece haber servido para nada y en fecha reciente es la Comisión Europea la que ha comunicado al Ayuntamiento la apertura de un expediente sobre el impacto de la construcción del tramo de la SE-35, un pronunciamiento que se ha efectuado a instancias de la Asociación Movida pro Parque del Tamarguillo.
La lista de disparates ecológicos sería interminable. Nuestra climatología no es tenida en cuenta ni en la planificación urbanística ni en la construcción de nuestras viviendas, con las consiguientes consecuencias de gasto energético y veranos asfixiantes. Tenemos Consejerías de Salud y de Medio Ambiente y organismos para la prevención de riesgos laborales pero los parques de albero de una ciudad en la que apenas llueve se limpian con ruidosas sopladoras que asfixian a los paseantes y a los operarios que las utilizan. No está de más recordar que cada vez hay más personas alérgicas y más niños con problemas respiratorios.
Abundan los espacios desiertos, las calles sin sombra y el diseño de las zonas ajardinadas deja mucho que desear y como muestra bastan los alrededores del casino de la Exposición, otra vez en obras tras una remodelación que se convirtió en barrizal a los pocos meses de finalizarse. Y, por si fuera poco, en la utilización que hacemos de nuestros parques lo que prima es el consumo. En lugar de ubicarlas en zonas específicas y con los servicios necesarios, en ellos se instalan ruidosas ferias de todo tipo: navideñas, de las naciones, de la cerveza, del marisco, medievales… ¿No sería mejor acudir a ellos para descansar, jugar, pintar, mirar, escuchar, oler, sentir?
Durante los meses de febrero y marzo, un ciclo de conferencias de la asociación Iniciativa Sevilla Abierta quiere hacernos reflexionar sobre la Sevilla de dentro de 20 años. Uno de los objetivos de ese futuro mejor para todos debe ser enfermar menos, respirar mejor, pasar menos calor en verano. Necesitamos una Sevilla verde.
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