Se estima que un 2% de la población es superdotada, aunque hay más de un 98% de casos sin diagnosticar.Pero, ¿cómo es el día a día de un alumno al que un orientador de su colegio, unas pruebas de conocimiento o incluso un psicólogo le detecta que tiene altas capacidades?
La provincia de Cádiz cuenta desde el año 1995 con la Asociación de Superdotados de Cádiz (asucadiz.blogspot.com/), la más antigua de Andalucía y que en los últimos meses se ha reactivado con la incorporación de nuevos socios. Se da así un pequeño impulso a un colectivo del que forman parte actualmente unas 60 familias, siete de ellas de Jerez. Su objetivo primordial es ayudar a los padres con hijos con altas capacidades y “desmitificar” la imagen de estos niños en la sociedad. “No son los típicos empollones con gafas, son niños normales con características especiales, todo lo contrario a lo que se ve en las películas”, apuntan.
Lejos de lo que pueda pensarse, el patrón de conducta de las personas cuando se enteran de que algún conocido tiene un hijo superdotado es siempre felicitarlos por la suerte que han tenido, sin reparar en todo lo que implica, especialmente en un primer momento, cuando los padres se asustan por no saber cómo afrontar una situación nueva para ellos. “Al principio te lo tomas con agobios, pero no se trata ni de suerte ni de mala suerte. Es más complicado porque son niños a los que la repetición les aburre y hay que buscarles otra tarea para motivarlos. De hecho un 40% de ellos tiene fracaso escolar”, explica una madre de dos niños superdotados de la asociación.
Teniendo en cuenta estas circunstancias, la labor de Asucadiz es fundamental tanto para los padres como para los propios niños. Ellos participan en los talleres de habilidades sociales cada 15 días, tiempo en el que sus progenitores acuden a la Escuela de Padres. “En estas sesiones con psicopedagogos se plantean diferentes cuestiones relacionadas con la inteligencia emocional para que se desahoguen, porque son niños para los que la justicia social es muy importante y que le dan más vueltas a las cosas que cualquier otro de su edad”. Sin embargo, eso no significa que esta diferencia entre la edad intelectual y la edad fisiológica les impida tener problemas de relaciones sociales; todo lo contrario.
“Normalmente no les gusta estudiar, sino aprender, juegan muchísimo, y pueden perder mucho el tiempo haciendo una cosa, incluso dos horas haciendo un puzzle, no cuatro horas estudiando... Juegan como todos, van a la calle, se relacionan con sus amigos, juegan al futbol, al ajedrez, a los videojuegos, montan a caballo...”, explican desde la asociación. Eso sí, sus padres tienen un extra al igual que el profesorado. “Piden algo más. Que busques información, que vayas a un Museo de las Ciencias, que investigues”, una exigencia a la que en casa acaban acostumbrándose.
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