Opiniones de un payaso

¿No queríais caldo?

Hace poco fue el Fondo Monetario Internacional. Ahora le ha tocado el turno a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. No nos dan tregua. No quieren dejar pasar la ocasión de apuntalar el tinglado que se tienen montado

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Hace poco fue el Fondo Monetario Internacional. Ahora le ha tocado el turno a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. No nos dan tregua. No quieren dejar pasar la ocasión de apuntalar el tinglado que se tienen montado para conseguir que la economía, antes que medio para una redistribución justa y equitativa de las oportunidades y, sobre todo, los recursos disponibles, entre los pueblos y los ciudadanos, siga siendo negocio más que otra cosa. Negocio para los que, ni siquiera en la peor de las coyunturas, dejaron nunca de nadar en la abundancia. Ésa es la gran verdad de lo que se ha escondido tras estos dos organismos –amén de otros con igual alma y similar pinta– que fueron creados al amparo de una ideología imperante –la neoliberal– y para la defensa y protección de un orden mundial, que no es otro que el orden mundial de los poderosos. En esencia, el mismo (orden) que subsiste desde que el hombre es hombre y la humanidad, humanidad, aunque evolucionado y, por supuesto, muchísimo más refinado que en pasadas épocas, por aquello de evitar el cantazo y disimular el escándalo.
No hay que olvidar que el FMI nace en el marco de la Conferencia de Bretton Woods en 1945, a finales de la Segunda Guerra Mundial y en los umbrales de la Guerra Fría, para dar estabilidad, sí, al sistema monetario internacional y, de paso, cómo no, para sentar las bases de un nuevo modelo de imperialismo económico a la medida de los intereses de Estados Unidos y compañía. Y  la OCDE, en un período en el que Occidente había de buscar una alternativa al colonialismo tradicional como consecuencia del proceso de descolonización imparable iniciado en África, Asia y demás rincones perdidos del orbe.
Nadie debe extrañarse, pues, de que uno y otro –tanto monta, monta tanto…– repitan  más o menos cantinela y proclamen iguales o parecidas consignas. Mayores bajadas de salarios y despidos más baratos recomiendan para que en España haya crecimiento y se genere empleo. Idéntica receta –¡qué casualidad!– a la que reclama la patronal de este país, cuyo anterior presidente, por cierto, aquél mismo que abogaba por que se trabaje más y se gane menos, se encuentra actualmente entre rejas. Cuando reducir los salarios y abaratar los despidos es lo que precisamente se ha hecho desde que se inició la crisis, sin que los resultados de dicha tendencia, hasta la fecha, haya servido para otra cosa que para prolongar la recesión, incrementar la diferencia entre las rentas más altas y las más bajas y aumentar los beneficios de las grandes empresas y de las pequeñas y medianas que han logrado sobrevivir, pero, desde luego, no para el comienzo de un crecimiento sostenido y equilibrado que contribuya a la generación de empleo. Por mucho que haya quien diga lo contrario y hasta se jacte del ridículo 0,1 por ciento que ha subido nuestro PIB en el último trimestre.
Yo no soy experto, pero los que sí lo son coinciden en que uno de los principales problemas de la economía española es la debilidad de la demanda interna. Y está suficientemente claro que bajando los sueldos de la mayoría de la gente dicha demanda no se incentiva. Se alcanzará a lograr quizá que las empresas vendan mucho más fuera, en unos mercados cada día más competitivos, y mejoren sus cuentas de resultados, pero no que aumente el consumo de las familias como debiera.
De manera que, vistos y leídos sus informes, cabe pensar que lo que desde el FMI y la OCDE se nos está diciendo a los españoles es algo así como: “¿No queríais caldo? Pues tomad tres tazas”.

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