En esta nueva entrega, la autora venezolana hace recuento de los múltiples paisajes -Bolonia, Granada, Ibiza, Cuenca...- y experiencias vividas a lo largo de estos años en una suerte de remembranza herida y esperanzada. Sabedora de que la poesía debe asirse a la realidad para poder transformarla en emocionado vitalismo -“la poesía es mi existencia, la vida misma”, Juan Ramón dixit-, Cristina Falcón asume con sinceridad este desahogo íntimo, esta memoria errante, pero esencial, que adorna con verbo contenido: “De nada sirve la calma/ si no hay sosiego/ de nada el paraíso/ si sólo es tránsito”.
Se afana la autora en la búsqueda incesante de un espacio donde habitar de manera mejor, y, desde ella, extrae los materiales claves para hilar su cántico. Un territorio, pues, que reúna la inocencia de los días del ayer, la verdad del primer amor -¿y único?-, la antigua esencia familiar..., en suma, “Volver/ aunque sea/ a la casa del dolor”.
Aunque dividido en cinco apartados, persiste un aroma común en todo el conjunto, un hálito solidario que, tal y como afirma Ramón Palomares en su prefacio, “remite al drama de tantos seres de nuestro tiempo, obligados a dejar sus tierras y su entorno familiar -geográfico y emocional-“. En efecto, ese destierro, lo siente Cristina Falcón muy adentro y aquí lo covierte, sabiamente, en verso alado y almado: “El duelo del adiós/ es una piel que se nos echa encima/ que se vuelve nosotros para siempre”.
En su loable empeño por difundir la poesía europea, la editorial Bassarai publica “El harén del otoño perdido” (Vitoria, 2008) de Ali Karabayram. Nacido en Ankara ,Turquía, en 1972, une a su amplia tarea de traductor su pasión poética, que le llevó a publicar en 2003 este poemario, vertido ahora al castellano por Cagla Soykan.
Un conjunto de variados tapices, de cromáticas instantáneas, de musicales registros va poblando el universo verbal del joven poeta turco. Apoyado en un lenguaje sorpresivo –“se corta/ la esencia de tu nombre como un cuero mojado/ y el rubí ciego de la memoria/ un camello desatado/ en tu cesta añil de tierra”-, y en un ritmo variado y cálido, perfila junto al cauce de su fluir una enigmática e insistente indagación de la palabra exacta, del término sanador que derribe las trampas del tiempo, los pálidos espejismos que asedian al yo poético.
Ali Karabayram compone un universo personal bajo la sombra de una letánica hilera versal, en donde se entremezclan paisajes, añoranzas, deseos, silencios…, que dibujan un espacio en donde el poeta pretende sentirse protegido, refugiado de cuanto convoca el duelo del hombre y de su inevitable condena: “La suciedad de un cuerpo tirado/ de una maldición parda/ fluye por la piedra de afilar de la luz”. A través de verbo muy lírico -en ocasiones, un tanto manierista-, su voz se alza ante las heridas causadas por la desposesión de lo que una vez fue dicha, y desde esas esquinas rotas de la ausencia clama con un grito turbador: “Lo que pones en verso es un círculo nuevo/ un puñal una quemadura de nieve (…) Tu rostro es aquel gavilán sin tierra”.
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