El Jueves

Sonría, por favor

A propósito de releer a Rosa G. Perea en su columna del pasado lunes en este periódico, vengo a sumarme a ese deseo de que todos, absolutamente todos, debemoscomenzar a dejarnos de remilgos y pintar una sonrisa en nuestra cara por muchos nubarrones que tengamos en nuestra vida...

A propósito de releer a Rosa G. Perea en su columna del pasado lunes en este periódico, vengo a sumarme a ese deseo de que todos, absolutamente todos, debemoscomenzar a dejarnos de remilgos y pintar una sonrisa en nuestra cara por muchos nubarrones que tengamos en nuestra vida.

La cosa está mal, sí, claro que lo sé. No piense usted, que ha cogido este periódico y me está leyendo en un día más que no sabe ya a dónde ir a buscar trabajo, que yo soy un equivocado que estoy escribiendo esto desde un cómodo sillón de despacho que cada final de mes me proporciona unos emolumentos lo suficientemente holgados como para que la crisis sea sólo un argumento para esta columna. No, no es así. Todos, en este tiempo, tenemos algo que nos quita el sueño, por mucho que yo pueda decir que en este momento, gracias a Dios, no estoy en el paro. Pero nunca se sabe la fiera que puede esperarme a la vuelta de una esquina.

Lo que pretendo, no sé si lo conseguiré, es que no siga cundiendo el desánimo de forma generalizada. Hay que salir de todo esto, hay que ser positivos y lo que es más importante, transmitir ese positivismo a los que de verdad puedan arriesgar. De nada nos sirve a ninguno que la tristeza se convierta en la compañera de camino. Con ella no llegamos a ningún sitio. Por eso, cada mañana hay que tener claro que a eso de las siete el sol vuelve a salir.

Ha llegado el momento de la creatividad y de las ideas, de la innovación, de darle un poco de lado a la Administración de la cual sólo somos un número. El desaliento debe quedar allí detrás, lejos, lo más lejos posible. Es hora no solo de apostar, sino de provocar a que apuesten por nosotros aquellos que pueden.

Podemos y debemos hacerlo. Es la obligación que tenemos con nosotros mismos, los que trabajamos y los que no, por muy apretadas que sean las dificultades. Es el momento de que creamos en nosotros mismos, que de esto nadie va a venir a sacarnos; que el teléfono NUNCA va a sonar para ofrecernos un trabajo o una situación mejor. Hay que inventar, creer en el producto que somos cada uno de nosotros y convencer a los demás de que crean en él.

Usted, que me lee ahora mismo cuando toma un café que quizás dejará fiado a su amigo tabernero que sabe más de usted que usted mismo, debe salir de ese bar creyendo firmemente que es la mejor persona del mundo. Sonría, sonría por favor y contagie esa sonrisa. Quizás, a la vuelta de la esquina, alguien se la devuelva. Y que crea en usted, quizás más de lo que usted cree en usted mismo.

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