Los malienses eligen este domingo a su nuevo presidente en unas elecciones que están llamadas a cerrar la transición tras el golpe de Estado militar de marzo del año pasado, que facilitó que el norte cayera en manos de grupos separatistas tuareg e islamistas y que provocó en última instancia la intervención del Ejército francés.
Las elecciones son también una oportunidad para que el país, otrora considerado como un modelo de estabilidad en el continente, vuelva a unificarse, tras la división entre el norte, mayoritariamente tuareg, y el sur, mayoritariamente negro.
Malí acude a las urnas bajo la presión de la comunidad internacional, especiamente de Francia, que quiere retirar el grueso de sus tropas si todo transcurre con normalidad, pese a que la amenaza de atentados por parte de los islamistas está en el aire.
Sin embargo, aquellos que buscan una renovación política significativa para el país entre los 27 candidatos que concurren no la encontrarán, ya que la mayoría de ellos, incluidos los favoritos, son altos cargos de anteriores administraciones, con muy pocas caras nuevas capaces de plantar cara a la elite política a la que se ha responsabilizado en gran medida de la crisis ocurrida el año pasado.
"El presidente tendrá cinco años para reconciliar a los malienses, reformar el Ejército y volver a encarrilar la economía", afirma Djibril Kone, un empresario de la capital. "Es una labor enorme así que deberíamos ser realistas, no habrá una varita mágica", reconoce.
La rápida intervención de Francia el pasado enero frenó el avance hacia el sur de los grupos islamistas, incluida Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), y el apoyo de tropas africanas, que actualmente están ya bajo mando de la ONU, ha permitido restaurar en buena medida la paz en el país.
No obstante, el nuevo presidente tendrá que negociar con los separatistas tuareg que operan en el norte, el Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA), organizar elecciones legislativas y superar el gasto de los más de 3.000 millones de euros para la reconstrucción prometidos por los donantes tras los comicios.
Hasta el año pasado y desde las manifestaciones que pusieron fin al régimen militar en 1991, Malí ha celebrado elecciones pacíficas que han traído consigo presidentes y gobiernos que han gobernado mediante el consenso y el clientelismo, ganándose una reputación de oasis de estabilidad.
Pero tanto los diplomáticos como muchos malienses afirman que esta fachada escondía una mala gestión gubernamental, corrupción generalizada y las tensiones étnicas entre la mayoría africana negra, que vive principalmente en el sur, y los grupos árabes y tuareg que residen en el norte.
PROBABLE SEGUNDA VUELTA
De los 27 candidatos en liza, solo cuatro tienes posibilidades reales. Los dos favoritos son Ibrahim Boubacar Keita, primer ministro durante buena parte de los años 1990, y Soumaila Cisse, un ex ministro de Finanzas y ex director de la unión monetaria de Africca Occidental.
Modibo Sidibe, otro ex primer ministro, y Dramane Dembele, candidato de ADEMA, el mayor partido de Malí, también podrían recibir un buen puñado de votos.
A menos que uno de los candidatos reciba más del 50 por ciento de los votos este domingo --algo que muchos observadores consideran improbable--, habrá que ir a una segunda vuelta que se celebrará el 11 de agosto, lo que podría aumentar las probabilidades de un acuerdo político.
"Estas personas han pertenecido todas al sistema durante los últimos 20 años", subraya Ben Essayouti, un profesor y activista de los Derechos Humanos de Tombuctú, la famosa ciudad del desierto y destino turístico que el año pasado se convirtió en una de las bases de los grupos islamistas en el norte. "No deberíamos esperar un cambio radical de estas elecciones", añade.
SEGURIDAD
Las medidas de seguridad impuestas después de que las tropas malienses, con apoyo de Francia y los países africanos, han permitido que la mayoría de los candidatos hayan hecho campaña en buena parte del país, cuya extensión es el doble de Francia.
Sin embargo, muy pocos candidatos se han desplazado a Kidal, el remoto bastión tuareg en el norte, que es simbólicamente importante aunque solo están en juego 30.000 votos.
En Tombuctú, donde cada día hay menos horas de electricidad al día y donde quedan reductos de rebeldes en el desierto próximo, los residentes han acudido en masa a los mítines.
En Bamako, la capital, la ciudad está llena de poster de los candidatos prometiendo un Ejército fuerte, miles de nuevos empleos y seguridad alimentaria.
Muchos candidatos han recurrido incluso a Twitter y Facebook para hacer campaña, si bien el impacto será probablemente mínimo en un país en el que solo el 30 por ciento de los adultos sabe leer y menos del 3 por ciento de la población tiene acceso a Internet.
El éxito de la votación se juzgará en buena medida en base a si no hay disturbios y a la participación. Un candidato se ha retirado quejándose de los apresurados preparativos pero otros han prometido que aceptarán los resultados. La participación en anteriores elecciones presidenciales no ha superado nunca el 40 por ciento.
REFUGIADOS
Según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR), pese a que la situación de seguridad ha mejorado en buena parte del país, sigue habiendo unos 527.000 desplazados internos y refugiados malienses en los países vecinos, principalmente originarios del norte, la mayoría de los cuales no podrán votar.
"Solo unos pocos cientos de refugiados y, hasta donde sabemos, una pequeña proporción de los desplazados internos tienen acceso a su tarjeta de voto", ha indicado a la BBC el representante en funciones de ACNUR en Malí, Sebastien Apatita.
"Hemos expresado nuestra preocupación al Ministerio de Asuntos Territoriales, que está a cargo de organizar las elecciones", ha añadido.
En total, se han elaborado más de 6,7 millones de tarjetas biométricas de voto, conocidas como Nina, en base a un censo que se realizó entre 2009 y 2011. Como consecuencia de este desfase, ninguno de los malienses de 18 años y solo algunos de los que tienen 19 podrán votar en estas elecciones.
Según la BBC, los malienses han hecho largas colas para recoger sus tarjetas de voto, que se han convertido en una cuestión de estatus. El carné es gratuito, válido por diez años e incluye la foto de su propietario, lo que ha hecho que algunos hayan comenzado a emplearlo como un carné de identidad.
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