Un hálito de espíritu juvenil y atrevido agita estas páginas que esconden, a su vez, una velada crítica al espacio y al tiempo que le han tocado vivir a su protagonista: “Cruzar el desierto/ desolado y sin nombre/ asolado sol solo/ que desolase/ mi corazón seco”.
Dividido en tres partes, pero unido por una línea maestra que lo vincula a una “sutil reflexión sobre la existencia y la inexistencia”,-como apunta en su prefacio Manuel Jurado-, el poeta gallego mueve sus hilos verbales al par de la constancia del amor y la realidad, de la memoria del ayer, del imposible olvido..., mas todo ello, pasado por un tamiz de intencionada ironía, con la que pretende poner distancia a sus íntimas confesiones.
Muy buenos mimbres, en suma, para esta iniciática singladura que promete cotas aún mayores. Y muy cercanas.
Con “Ningún mensaje nuevo”, Irene Sánchez Carrón obtuvo el XII premio Internacional de Poesía “Antonio Machado en Baeza”. (Hiperión. Madrid, 2009). Esta cacereña nacida en 1967, -como el poeta anterior- y ganadora del Adonáis hace una década, ha vertebrado un poemario íntimo, un mapa personal y cómplice, en el que el verbo amatorio se alza como principal protagonista.
“Dónde está la palabra adecuada/ para el espacio en blanco/ de la vida,/ para el espacio en blanco/ del poema”, se pregunta la autora. Con verso delicado y grato, va llenando Irene esos huecos del tiempo y de la memoria y desgranando su vital periplo. Las aceras de la infancia, el goce de los labios primeros, la luz familiar, los días amantes, los desvelos de la ausencia, la cenizas de la derrota..., iluminan la arquitectura de estas páginas del alma, bien dichas y bien armadas tras las incesante batalla del corazón: “Compruebo los mensajes,/ ningún mensaje nuevo (...) Nunca sabré de qué sales huyendo/ los días que no vienes”.
Libro, pues, para desnudar sosegadamente, hoja tras hoja, “al sol, en silencio y con los ojos” muy abiertos.
El III premio internacional de poesía “La Garúa” (Barcelona, 2009), recayó -ex aequo- en “Viaje a la mansedumbre” de Juan José Rodríguez (1979). Con un verso mesurado y objetivo, este joven ecuatoriano ha completado un singular ideario por el que pretende transitar -junto al lector- a golpes de luz y de silencio. “En el fondo de un río transparente/ Al borde de los tantos eucaliptos/ mojados por la lluvia del invierno”, discurren las deshoras que le permiten reconciliarse con un presente distinto e insomne, cercano y sanador.
Juan José Rodríguez se siente cómodo con los poemas breves, plenos de intensidad, y con ellos alcanza los momentos más sugerentes del volumen: “Horas antes, cruzó frente al cristal/ un pájaro amarillo cuyo nombre es milagro”. Su cántico se nutre de imágenes que destacan por su plasticidad, que sobresalen por las personales instantáneas que alumbran la sed su decir: “”Para hablar de lo eterno/ hay que saber/ del fogón nunca extinto/ junto al hogar de piedra/ que no recordaremos”.
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