Notas de un lector

Clímax Road

Desde que, en 2001, Vanesa Pérez-Sauquillo diera a la luz “Estrellas por la alfombra”, su obra lírica ha ido apuntalándose y madurando en cada nueva entrega.
Esta madrileña del 78, licenciada en Filología Hispánica y devota traductora de la lengua inglesa -Dylan Thomas, Roal Dahl…- ha obtenido un accésit del premio Adonáis por su libro “Climax Road”.



Tras la ya mencionada primera entrega, Pérez-Saquillo publicaría un año después “Vocación de rabia” y en 2006, “Bajo la lluvia equivocada”, que fue merecedor del premio Arte Joven de la Comunidad de Madrid. Desde esta misma columna, señalé entonces, que con aquel su cuarto poemario, se consolidaba como una de las más firmes autoras de la lírica femenina de entonces. La sobriedad de su palabra, el cromatismo de sus imágenes, la autenticidad sostenida de su verbo, conformaban un calidoscopio de sugeridor lirismo. Ese mismo año, la aparición de “Invención de gato”, daría paso a un silencio de seis años, que se ha visto interrumpido ahora por esta nueva.

“Climax Road” (Rialp. Madrid, 2012), es un atrevido ejercicio de íntima esperanza donde se pretende atrapar algo tan huidizo y complejo como el verdadero sentido de la conciencia vital. Para ello, la autora madrileña, desdobla su yo poético y cede su voz a una tierra mítica, Farmington, y a un alma infantil y feérica, que ayudan a desvelar los secretos de un tiempo y un espacio que se orillan en lo legendario.
El poema que sirve de pórtico, es, al cabo, una declaración de intenciones, de cómo ese yo narrador prefiere la desposesión, lo que llega desde fuera, para dar cuenta de sus inquietudes: “La realidad es ya mundo exterior./ La realidad está en el aire. La realidad no pesa nada./ La realidad, ese plato vacío./ La realidad no vale”.

Los territorios del ayer, los lazos amatorios, los escenarios familiares…, parecen haber dejado paso a un misterioso y complejo paraíso, en donde se suceden los acontecimientos de forma casi mágica (“La tarde dibujaba siluetas/ y tú durmiendo dentro de una nuez”) y en donde los protagonistas luchan por encontrar al menos un atisbo de eternidad (“Coged manzanas, niños./ La historia ha terminado/ y el manzano cerró sus voluntades./ El cielo ya ha partido”).

El volumen, dividido en cuatro apartados, “Farmington”, “Niño de hierba”, “Siete caravanas de insomnio” y “La encrucijada”, se une en un propósito que no está distante del aroma de un amor que se articula a través de la Naturaleza, que murmulla en sus mismas imágenes y que protagoniza la elasticidad y perdurabilidad de la tierra como símbolo de un hogar común: “Toma en tus manos el rojo vivo/ de este paisaje/ que nace ahora para obedecerte (…) Para tus ojos,/ flecos de lava sobre la hierba limpia./ Para tus pies,/ lana de oveja dulce adormecida”.

En suma, un poemario, que vuelve a dar muestras de una poetisa en estado de gracia, que sabe moldear con precisión los tempos líricos y que ha propiciado un discurso de larga hondura, sin ambages, directo al corazón colectivo y solidario de cuantos aman. Y amamos: “Y en medio de la vida y de la muerte/ tú/ que desbordas todo lo que existe,/ primavera, verano, otoño, invierno,/ como la lluvia todas las estaciones./ Tú lo contemplas todo/ y todo te contempla”.

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