Notas de un lector

William Wordsworth, entre nosotros

Considerado como uno de los grandes impulsores del Romanticismo inglés, William Wordsworth (1770-1850) disfrutó de una inusual longevidad para lo acostumbrado entonces. Esa puede ser una de las razones principales por las que su obra aparece más extensa que la de cualquiera de sus compañeros de generación.
Es sabido que su cercanía con Samuel T Coleridge, fue fundamental para apuntalar las bases del movimiento romántico británico del siglo XIX, y que su impronta sigue aún hoy muy latente.



“Sólo siendo un gran poeta se justifican aventuras tan peligrosas”, dejó escrito ese otro genio de la poesía y la crítica literaria que se llamço T. S. Eliot al referirse a Wordsworth. En sus ensayos, quiso aclarar que fue un autor más inspirado que lúcido -al contrario de lo que consideró a Coleridge-; es decir, que su quehacer más sobresaliente habría surgido siempre desde el arrebato y no desde su intrínseca capacidad lírica.
Al margen de las exigentes consideraciones eliotianas, no cabe duda de que en Wordsworth había un poeta de altísimos vuelos, sabedor de la trascendencia que su verso podía imprimirle a las nuevas generaciones, y sabiamente emprendedor a la hora de distanciar la elocución del verso inglés del habla de entonces. A su entender, el decir del poeta debía tener en sí mismo pasiones que estuviesen alejadas de los acontecimientos reales. Esa intencionada afectación, no debía entenderse como un engañoso disfraz lingüístico, sino como la verdadero misión que todo escritor -más aún siendo poeta- habría que tener asimilada con plena naturalidad.

Ahora, la editorial Lumen pone en bandeja al lector una excelente oportunidad para gozar de los ecos worsdworthianos, pues “La Abadía de Tintern”, incluye una selección de los mejores poemas breves y menos difundidos del vate inglés.
La edición y traducción de Gonzalo Torné, sirven de imprescindibles complementos para disfrutar aún más de estas piezas y, ayudan a comprender algunos de sus más decisivas claves. En su notorio prefacio, afirma Torné que “los mejores poemas [de Wordsworth] surgen del roce entre la conciencia entusiasta del poeta y la Naturaleza que puede destruirnos físicamente, y alterar o ampliar nuestros estados de ánimo (…) Wordsworth hizo algo más que escribir poemas como bálsamos para aliviar la herida psíquica que le había infringido la Naturaleza. Cada poema ensaya una respuesta, señala un problema nuevo, elabora un matiz o descarta un acuerdo”.

Y, en efecto, en su textos, se adivina que cada elemento está dispuesto con suma precisión, que no hay nada baldío ni sobrante, que su voz es un intento de trascender más allá de la propia esencia humana y llegar hasta la raíz del pasado, de la última memoria. Para ello, no hay nada mejor que anudarse a las “repentinas iluminaciones” que derivan del alma humana y dejarlas avanzar en pos de la verdad. Si bien, el ser humano debe sumirse en un proceso de introspección que le permita salir fortalecido en su batalla con el universo exterior que lo rodea pues “la tierra inunda su regazo con sus propios placeres”.

Estos imprescindibles poemas, demuestran, además, que el legado romántico de Wordsworth, su intento por ofrecer un discurso pleno de hondo virtuosisimo, es plenamente actual. Pues desde su íntima condición, siempre quiso apostar por un escenario ilimitado, en donde el poeta pudiera clamar por el valor sagrado de la palabra: “Vivimos gracias al corazón humano,/ gracias a su ternura, sus alegrías y sus miedos,/ el soplo de la más humilde de las flores puede ofrecer/ pensamientos que a menudo encuentro demasiado profundos para desgarrarlos”.


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