Notas de un lector

Blancanieves, de nuevo

Jacob Grimm (1785-1863) y Wilhelm Grimm (1786-1859) -o lo que es lo mismo, los Hermanos Grimm-, mantienen todavía la vigencia y trascendencia literarias siglos después de sus respectivos nacimientos. Sus ya míticos relatos infantiles, con títulos tan inolvidables como “La cenicienta”, “Hänsel y Gretel”, “La bella durmiente”, “Juan sin Miedo…”, son una pequeña parte de los más de 200 que forman su imprescindible antología, en la que tuvieron cabida las fábulas, las narraciones de hadas, las alegorías religiosas e incluso las farsas rústicas.
Desde que en 1937, Walt Disney llevara al cine la primera versión de “Blancanieves y los siete enanitos” hasta la más reciente -en la que Julia Roberts ejerce como malévola madrastra-, han sido muchas y muy variadas las diferentes maneras en las que la bella y bondadosa jovencita ha seguido acercándose a los hogares de grandes y pequeños.



Ahora, y con su habitual esmero, Edelvives da a la luz “Blancanieves”, en adaptación de Suzanne Kaboc y traducción de Elena Gallo Krahe. Pero en verdad, lo más atractivo de esta novedosa edición, son las espléndidas ilustraciones de Benjamín Lacombe -que ya ha dado muestras al público español de su personalísimo trabajo en volúmenes como “Cuentos silenciosos”, “Los amantes mariposa” o “Genealogía de una bruja”, editados también por el citado sello.
Este parisino nacido en 1982, ha ido agrandando su ámbito pictórico con escenas llenas de sobriedad, melancolía y frágil ternura. Con diecinueve años, Lacombe realizó su primera serie de cómics y tras su paso por la presitigiosa École Nationale Supérieure des Arts Décoratifs de París, comenzó a colaborar en distintos álbumes de literatura infantil y juvenil, además de sus sugerentes incursiones en el mundo de la publicidad y la animación.

El propio Lacombe, confesaba en una entrevista: “En mi versión de `Blancanieves´, he procurado volver a la verdad del cuento. Junto con imágenes más narrativas, he insertado también imágenes no narrativas, pinturas que reflejan el aspecto simbólico, lo que subyace en la historia y no tanto lo que todos conocemos. Precisamente porque todo el mundo lo conoce, he trabajado sobre todo el aspecto simbólico. He usado dos técnicas: el guache con óleo para el color y dibujar las imágenes más simbólicas, y el lápiz y el blanco y negro para las imágenes más explícitas y narrativas. He disfrutado mucho dibujando a la reina malvada de Blancanieves, pues he procurado hacer algo diferente de ese personaje: se transforma en cuervo, es rubia, muy nórdica (…) es totalmente opuesta a Blancanieves, que es una niña cándida y morena”.

Ese binomio cromático y esa dicotomía de bondad y maldad, son el exacto contrapunto que ayuda a convertir este renovado cuento en un ejemplo de bellísima literatura.
No cabe duda de que los Hermanos Grimm estarían orgullosos de saberse tan bien ilustrados y se sentirían dichosos por haber hallado a un dibujante que ha moldeado con tanta autenticidad plástica a sus ya famosísimos protagonistas.
Y cualquier lector, seguirá gozando, a buen seguro, con las respuestas que continuan brotando desde el espejo mágico desde hace ya muchos, muchos años: “¿Quién de este reino es la más bella? –“¡Oh, reina! Eres muy bella, ¡pero Blancanieves supera mil veces tu hermosura¡”.


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