Notas de un lector

La fuente y la muerte

“Mi libro es un homenaje en clave de agradecimiento”, afirmaba la pasada semana, en una entrevista, Pedro Sevilla. Su libro -nuestro libro, porque ya pertenece a todos lo que hemos nacido, vivido o amado Arcos-, es una deliciosa crónica de un tiempo inolvidable, de unos espacios comunes y solidarios por los que cada lector podrá sumergirse y doblar con renovada fe las esquinas de su misma memoria. “La fuente y la muerte”, su título. (Renacimiento. Sevilla, 2011).


Confiesa quien esto escribe, haber reído y llorado con estas instantáneas del ayer, haberse visto paseando junto al autor arcense por los bellos paisajes que describe, haber sentido el mismo miedo, pudor, dicha y desconsuelo con el que se cantan y se cuentan tantas vidas y tantas muertes.
Pedro Sevilla ha vertebrado con exquisita pluma esta autobiografía novelada, donde ha querido volver a ser aquel niño tímido, observador y solitario al que se le llenaban los ojos de lágrimas, de ausencia y de felicidad entre las calles y la cal de su pueblo; Y a su vez, ha querido regresar hasta los rostros familiares más cercanos, más intensos, más almados, para llenarse de nuevo con sus manos, sus enseñanzas, sus besos… y narrar y narrarnos su inolvidable nostalgia.

“La literatura no es más que luz y energía que llegan de días ya apagados, de amores ya olvidados”, escribe Pedro Sevilla. Pero bien sabe él -bien sabemos los que nos dedicamos con fervor a mimar y amar las palabras-, que esa es también una parte del oficio del escritor: avivar con la acordanza el fuego pretérito, soñar en presente cuanto fue y cuanto nos sostuvo y regalar a los demás cuanto aún nos cabe y nos colma el corazón. Y por ello, aquellos días apagados, se vuelven aquí faro y lumbre lírica (“El pantano era como una catedral hacia lo hondo, como una iglesia gótica buscando a Dios hacia abajo, y el cielo y el agua se confundían de azules”); y aquellos amores olvidados, son ahora candente e innegable realidad que se ofrecen cargados de verdad (“Sólo el amor nos salva de la muerte”).

Pedro Sevilla ha sabido relatar con maestría su niñez, su pubertad, su adolescencia, su madurez.., y salpicarlo con una sincera emotividad, que se refleja en la detallada descripción de sus principales protagonistas. Sus padres, sus abuelos, “las lacias de sus tías”, sus primos, sus amigos, sus enemigos.., son cómplices también de una historia escrita, en suma, para derrotar el temor que atenazó durante tanto tiempo a su personaje principal: porque estas memorias, ponen un mayúsculo acento en el terror de un niño que tuvo que pelear contra el miedo a hacerse hombre. Un hombre bueno y “como Dios manda”.
Y a fe, que además de haberlo conseguido, el escritor arcense ha aprendido “a recrear el pasado a través de la poesía o de la prosa” con el pulso y el saber de quien domina ambos géneros.

En clave de agradecimiento están también hilvanadas mis palabras. Agradecimiento por haber hecho gozar a este crítico con páginas memorables y memoriables; y por haberle llevado a entender más y mejor no sólo la identidad de un pueblo, sino el interior de una gran persona. Y de un gran escritor.

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