Notas de un lector

Tesoros de ayer y hoy

En la cima del Monte Vaea, en Samoa, a una altura de 4.000 metros, yace enterrado Robert Louis Stevenson (Edimburgo, 1850-1894). En letras de bronce está grabado el “Réquiem”, que dejara escrito a modo de epitafio: "Bajo el inmenso y estrellado cielo,/ cavad mi fosa y dejadme yacer./ Alegre he vivido y alegre muero,/ pero al caer quiero haceros un ruego./ Que pongáis sobre mi tumba este verso;/ Aquí yace donde quiso yacer;/ de vuelta del mar está el marinero,/ de vuelta del monte está el cazador". Los indígenas que convivieron con él en sus últimos años, lo denominaban "Tusitala", el contador de historias y bien es cierto que lo fue a lo largo de toda su existencia.


Viajero incansable, supo poner al servicio del lector sus inolvidables y variadas experiencias. Su inextinguible fama arrancaría con la publicación de “La isla del tesoro” (1883), que dos siglos después, sigue siendo un espléndido regalo para grandes y pequeños lectores.

Como muestra de su vigencia, basta detenerse en la reciente aparición de “Kilo y el tesoro del almirante” (Diputación Provincial de Valladolid, 2011) de Carlos Aganzo, un bello relato, que sin duda alguna homenajea al gran maestro británico.
La producción literaria de Aganzo (Madrid, 1963) es de sobra conocida por la diversidad de sus registros y la amplitud de su eco. Ahora, se adentra en el mundo de la literatura infantil y juvenil a través de Kilo, un chico de once años, que además de ser un gran aficionado a la Play Station y al MP-3, disfruta una y otra vez con la
lectura de “La isla del tesoro”. Incluso su mejor compañero de juegos y de sueños, es un loro de madera y plumas mal pegadas, al
que ha bautizado como Capitán Flint.
El autor madrileño sitúa la acción en la provincia de Valladolid, en una atractiva comarca llamada Medina de Ríoseco -también conocida como Ciudad de los Almirantes-. Hasta allí, y acompañado por sus padres, se trasladará nuestro protagonista para visitar a sus abuelos y para vivir una particular y emocionante aventura . Tanto el abuelo como el padre -“marineros en tierra con el corazón siempre nostálgico del sonido de las olas”-, han sabido trasmitirle al bueno de Kiko su pasión por el mar. Y él, se ha dejado ganar sin dificultad por ese sugerente universo de batallas, cofres, piratas y azules océanos. Antes de su muerte, el abuelo de Kiko confiesa al pequeño la existencia de un pequeño tesoro que lleva mucho tiempo guardado en la cochera de la casa y que se convertirá, desde ese mismo instante, en el hilo conductor de este atractivo volumen.

Además del atinado pulso narrativo con el que Carlos Aganzo ha moldeado esta narración, el valor formativo de la misma es uno de sus máximos aciertos, pues el lector infantil y juvenil encontrará en ella la sensibilidad, la imaginación y los íntimos anhelos que caben en el corazón cualquier lector.

“Si un libro es inteligente, lo es para personas de cualquier edad”, dejó escrito Michael Ende. Y tal es el caso de este “Kiko y el tesoro del Almirante”, que Susana Saura ha ilustrado pleno de cromatismo y acierto.

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